CAFÉ

 

TORTONI

 

 

Arcón de Buenos Aires

 

 

 

CAFE TORTONI

 

En la Avenida de Mayo recién construida, se autorizó a colocar mesas y sillas en los espacios públicos de las veredas. El 20 de octubre de 1894 el café Tortoni, fue el primero en ocupar la acera, colocando mesas y sillas del lado del cordón, dejando libre el espacio entre las mesas y la línea municipal.

 

El Café Tortoni es el más antiguo de Argentina y constituye el paradigma del café porteño. Entre los cafés tradicionales de Monserrat sobresale, nacido en 1858, en la calle Defensa al 200. Su fundador fue Monsieur Touan. Luego se trasladó a Esmeralda frente a la Asistencia Pública, donde estuvo por espacio de 20 años hasta que pasó a Rivadavia 832. Poco después se mudó al local de Rivadavia 826. En 1880 se construyó un nuevo edificio en la manzana de enfrente. La decisión del intendente Torcuato de Alvear de abrir la primera avenida de la ciudad apuró el nuevo cambio del Tortoni; era necesario construir una nueva entrada sobre lo que sería la Avenida de Mayo. Y en 1893, el café abrió sus puertas en Avda. de Mayo 825.

   

 

 

 

 

Fue el primer bar de la ciudad en colocar sillas y mesas en las veredas.

 

Avenida de Mayo 825

 

 El Tortoni abrió sus puertas en 1858 y es el más antiguo de la ciudad. A principio del siglo pasado, el local era frecuentado por importantes artistas e intelectuales argentinos y europeos. Es el recuerdo de aquella etapa de extraordinario progreso económico, social y cultural que colocó a Argentina a la cabeza de los países del continente y la convirtieron en un poderoso foco de atracción para la emigración europea hacia Latinoamérica y la gran metrópolis bonaerense se convirtió en una de las más prósperas y cultas capitales mundiales.

 

 

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Jean Touan hacia 1879 se lo vendió a su familiar y compatriota, Monsieur Celestino Curutchet. Este singular hombre, favorecedor de eventos culturales, era quien lo regenteaba hacia 1920, aunque en virtud de la avanzada edad del empresario (noventa y dos años), la dirección del local fue recayendo en sus hijos mayores: Mauricio y Pedro Alejo. En 1925 falleció Celestino y un año después se produjo la inesperada muerte de Mauricio, detrás del mostrador, hechos que influyeron para que la familia tomara la decisión de vender el café a la firma Rey Hnos. y Pego”.

 

Los Hnos Rey se retiran en 1943 de la conducción del negocio de Av. de Mayo 829, y en pocos años se producen varios cambios de dueño: González Alvarez (1943), Prieto, Devesa, Díaz y Cía. (1948), Eduardo García y E. Pérez. (1950), Estévez - Llanos y Cía. (1954). Si bien todos ellos intentaron la vigencia y rentabilidad del negocio, los constantes cambios de firmas y las crisis recurrentes provocaron la acumulación del pasivo y hasta cierto punto el decaimiento del movimiento cultural que fue característico hasta mediados de la década del 40. La nueva sociedad “Gran Café Tortoni SRL” inició su actividad el 1 de noviembre de 1956 como producto de la unión de esfuerzos de veinte personas que pensaron en devolverle al tradicional café el prestigio ganado por su historia. Además primó la idea de pensar en el largo plazo, reinstalando la alianza espacio - tiempo - cultura y promoviendo sus salones a tal fin.

 

Los accionistas surgieron de dos grupos: antiguos mozos y un conjunto de empresarios, algunos de los cuales habían tenido experiencia en el rubro en importantes establecimientos gastronómicos. Varios de los mozos: Yaco Alboher, Benjamín Rodríguez, Raúl Cardozo y Joaquín Arias, siguieron en actividad, siendo a la vez accionistas, con el aporte de las indemnizaciones cobradas a la empresa saliente.

 

 

Su nombre fue adoptado por su dueño, inmigrante francés de apellido Touan, copiando el de un bar parisino. En el techo del salón resaltan imponentes vitreaux. En el salón denominado La Bodega, ubicado en el subsuelo del bar, desarrolló sus actividades entre 1926 y 1943 la famosa Peña del Tortoni, un espacio de reflexión conformado por gente de la cultura y la política, por donde pasaron a leer sus poemas o entonar canciones los más renombrados artistas de la época. Entre las personalidades que concurrieron a la Peña figuran Baldomero Fernández Moreno, Alfonsina Storni, Carlos Gardel, el ex presidente Marcelo T. de Alvear, César Tiempo, José Ortega y Gasset, Lola Membrives y Leopoldo Marechal. Una de las especialidades de la casa con la que suelen deleitarse los visitantes es la leche merengada, compuesta por helado de crema, leche, azúcar, claras de huevo batidas a nieve y canela.

 

 

 En su interior se distribuyen unas cien mesas de roble y mármol veteado en verde y blanco junto con sillones y sillas de roble y cuero. En sus paredes cuelgan dibujos y pinturas de artistas célebres como Benito Quinquela Martín y Aldo Severi. En el subsuelo del bar está lo que se conoce como “La Bodega”, un lugar dedicado a conciertos y espectáculos musicales que en algún momento fue el punto de encuentro de la famosa Peña del Tortoni.

 

 

En una de las pequeñas salas antes estaba la peluquería, hoy es conocida como el salón “César Tiempo”. Allí todavía se mantienen los sillones y los espejos de aquellos años donde los hombres se cortaban el pelo y se afeitaban la barba. Según cuenta Roberto Fanego, su gerente, actualmente es una especie de biblioteca con más de 1.000 libros que tratan sobre la historia de Buenos Aires. Entre cortinas color bordó se esconde la otra sala, la “Alfonsina Storni”, conocida en otra época como el Salón para Familia. Es que para el Tortoni, esta escritora fue una mujer con agallas decidida a incursionar en un café para hombres y dialogar, por aquellos años, con escritores como Bioy Casares, García Lorca o Jorge Luis Borges.

 

 

Apertura de la línea "A" de subterráneos en la Avenida de Mayo- 
En los bajos del edificio de en medio se observa el Café Tortoni, uno de los más emblemáticos de la ciudad.

 

Se observa el Café Tortoni con sus mesas afuera en la imagen a la izquierda.

 

 

 

 

 

 

Para ellos llegó la primera máquina de hacer café express, más tarde la vajilla importada de Francia. Por su puerta entró un día el gran Pirandello, aquella noche cantó Carlos Gardel para el gran siciliano. A fines del siglo, el bar fue adquirido por otro francés: don Celestino Curutchet, que fue el anfitrión del local hasta 1927.

 

 

En uno de sus rincones se puede ver la estatua de Carlos Gardel en tamaño natural, junto a Alfonsina Storni y Jorge Luis Borges, realizadas por el artista plástico argentino Gustavo Fernández, con el apoyo de Art San Michel, París, Francia, en el año 2006. Ubicada en un rincón del café, Gardel está de pie, vestido con traje cruzado y corbata, compartiendo con los escritores la escena alrededor de una mesa, donde está colocada una placa alusiva con la leyenda siguiente: “Art San Michel con sede en París – Francia, decidió apoyar el proyecto presentado por el escultor argentino Gustavo Fernández de donar sus obras como forma de homenaje al “Café Tortoni”.

 

 

 Esta propuesta artística recrea a tres de los personajes ilustres que frecuentaban el café: Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni. Alfonsina Storni, poetisa contemporánea argentina, nació en 1892 en la ciudad de Laggagia, Suiza, y emigró con sus padres a la Argentina cuando era una niña. Fue la primera mujer que concurrió a un banquete literario. Se convirtió en asidua a las peñas del Café Tortoni y de la agrupación Signo que se reunía en el hotel Castelar. Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. El traslado de sus restos hacia el cementerio por la Avenida Quintana fue un verdadero acontecimiento publico como la muerte de Gardel.

 

 

 

 

 

Nació en una época de profundas transformaciones sociales. A diario llegaban centenares de inmigrantes europeos y del interior del país; Buenos Aires permanecía, entonces, separada del resto de la Confederación Argentina. Buenos Aires ya formaba parte del resto del país y se hablan sucedido vanas presidencias, entre ellas las de Sarmiento y Avellaneda con el consiguiente desarrollo urbano, el crecimiento de los ferrocarriles y las Universidades. Se consolidaron los partidos políticos mayoritarios y Buenos Aires perdió su fisonomía de gran aldea para convertirse en una ciudad moderna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Tortoni es el paradigma del café porteño. Su interior se destaca por su fina boiserie y sus mesas de roble y mármol verde.

 

Entre las mesas, pesimista, con dolor de vida y muerte ha caminaba hasta el piano, donde acostumbraba a recitar sus poemas, Alfonsina Storni¡. La sanjuanina supo ser parte de la cultura argentina y enriquecerla hasta el oscuro día de 1938 en que decidió internarse en el mar para apagar su ansiedad.

 

 

LA FAMA Y EL ABANDONO

El Tortoni ha permanecido inmutable, pero los tiempos y los clientes son otros. Resulta difícil, un sábado por la tarde, encontrar argentinos en el café: tanto dentro como fuera los extranjeros filman y fotografían, con gran avidez, cuanta placa conmemorativa y obra de arte encuentran. Según ellos - aún para los españoles que poseen un café tradicional en su país - “El Tortoni no tiene comparación con ningún otro".

 

 

La peña contó con la presencia de importantes figuras: Juan de Dios Filiberto, González Tuñón, Luigi Pirandello, Carlos Gardel, entre otros. En ella se leyeron poemas, se cantó, se dieron conferencias y se bailó el tango hasta el 19 de octubre de 1943 cuando fue cerrada.

 

Las obras de arte que se exhiben han sido donadas por personalidades o por familiares que tuvieron algo que ver con la historia y la grandeza del Tortoni. En la sala Alfonsina Storni se realizan recitales de poesía y se exponen y venden cuadros de artistas que recién ingresan al mercado del arte.

 

 


La bodega ha sido habilitada nuevamente. Se dan espectáculos de jazz, de tango y se organizan otras actividades que sostienen la fama del café. Los habitúes siguen jugando al ajedrez, al backgammon, o al billar en su típico salón, como en las primeras épocas del café.

 

 

 


 

 

 

 

  El edificio era propiedad de la Sra Concepción Unzué de Casares, que lo cedió a un sobrino, el que al poco tiempo decidió rematarlo. La nueva fachada es obra del arquitecto Alejandro Christophersen.

       

  Cruzando por dentro del café, para salir a Rivadavia, se puede llegar hasta la plaza Roberto Arlt, que ocupa el lugar donde estuviera un antiguo edificio de asistencia pública; una placa recordatoria testimonia que allí vivió y murió en 1939 el Dr. Lisandro de la Torre.


 

 La Peña del Tortoni fue inaugurada por QUINQUELA MARTIN y  ya era un clásico en la vida porteña. El dueño del Tortoni Pedro Curuchet celebró el  regreso del artista cuando viajo por el exterior ya que le sumaba fama a su café. En junio de 1925 se llamó la "Peña del Café Tortoni" donde se realizaron las actividades de la Sociedad de Artes y Letras en la cual Quinquela fue parte de la comisión directiva. Se realizaron conciertos, conferencias, exposiciones y recitales además de auspiciar todas las expresiones de arte popular. Se leyó poesía, se estudió el tango en presencia de reconocidos artistas locales y de la región incluyendo a Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Carlos Marchal y Juan de Dios Filiberto entre otros.

 

Quinquela y Alfonsina estrecharon una amistad inquebrantable y de por vida. Integraron la movida intelectual porteña del grupo Anaconda, con escritores y personajes como Horacio Quiroga y Baldomero Fernández Moreno. Se encontraban en la peña Signo, en el subsuelo del Hotel Castelar, en cuya habitación 704 se alojaba el poeta Federico García Lorca. En esos encuentros recitaban poemas y Alfonsina, con excelente voz y sentimiento, cantaba tangos. En esos tiempos estrecharon lazos con Pablo Neruda.

 

Allá por 1938, exactamente el 27 de enero, Quinquela y los compañeros de La Peña recibieron la noticia del suicidio de Alfonsina. Él la había acompañado al médico el día que le diagnosticaron cáncer. Quinquela supo de inmediato de su tristeza y conocía de siempre su gran fascinación por el mar. La noticia del suicidio no fue sorpresa. El día anterior había leído su último poema que publicó el diario La Nación: Voy a dormir. A la una de la mañana Alfonsina se había arrojado de la escollera. Los amigos de La Peña, encabezados por Quinquela, impulsaron la venta del piano de la bodega del Tortoni y con el dinero erigieron un mausoleo en su homenaje en el cementerio de la Chacarita. La tristeza provocada por Alfonsina no era la primera ni sería la última. También Horacio Quiroga que se suicida con cianuro y Lugones otro que había decidido tomar las riendas de su vida o de sus muerte.


El 19 de octubre de 1943 se disolvió la Peña del Tortoni y Quinquela intentó buscar otro espacio para cubrir el vacío que se produjo, poder llevar a cabo las reuniones sociales y los encuentros culturales. Uno de esos espacios lo llamó "La Orden del Tornillo", una especie de logia de artistas, pensadores y locos de todo tipo que se encontraban para hacer libre uso de su imaginación o lo que denominaron falta de cordura. A los miembros ingresantes se les entregaba un tornillo representando lo que les faltaba de la cabeza y que garantizara que siempre les faltara, que nunca fueran cuerdos. Benito fue el gran Maestre de esta organización por ser el más intrépido de los artistas argentinos. Se reunió con los integrantes de esta agrupación por el resto de su vida.


 Antonio José Estruch, tercera generación de una familia catalana, pionera en nuestro medio, que entre tantas otras obras realizó los vitraux del "Café Tortoni", de la Capilla del Colegio San José, del Instituto Tierra Santa, del "Claridge Hotel", y del Hogar Nuestra Señora de Jesús, en Paraguay 1368, y que continúa brindando sus conocimientos desde su local de la calle Solís al 200; Vilella y Thomas que realizaron los vitraux del Casal de Cataluña porteño, que representa a San Jorge y el dragón; Manuel González, en Catamarca 1158, que aprendió las técnicas del maestro Enrique Helovuri en un viejo taller de Billinghurt y Cangallo; Enrique Lumi, ya su padre en 1912 había fundado el taller donde fabricaban y restauraban vitraux; Carlos Scharf; Carlos Herzberg; Angel Pastore; Roberto Grau; Roberto J. Soler; Juan Heguiabehere; Sabina Aba; Marcela Carro; E. Fino, quien por la década del 40 realizó tres pequeños vitrales en el baño de caballeros de la confitería "Las Violetas; Daniel Ortolá que restauró recientemente los magníficos vitraux de la afortunadamente reabierta, y ya citada, "Las Violetas", y Félix Bunge, con taller en Santiago del Estero 924, y más de 20 años de minuciosa investigación y trabajo de excelente factura, reciclando innumerable cantidad de piezas en edificios públicos y privados, son algunos de los especialistas, que mantienen vivo el oficio del vitral, haciendo sus propios diseños, ejecutando los realizados por otros artistas, o bien ocupándose de alguna restauración.

 El vitral me recuerda a Kandinsky, en el sentido de la vibración que debe producir el color en el alma de la gente". "El material es fascinante, se ablanda, se vuelve rígido, tiene un color que parece vibrar. Hay quienes trabajan con vidrios de colores, y otros que lo hacen con vidrios transparentes, que colorean según la necesidad y gusto propio. La grisalla, los vidrios esmaltados y superpuestos, son algunas de las posibilidades creativas del oficio. La magia medieval de los talleres de vitrales; multiplicada por tantos pedacitos de vidrio que reflejan increíbles luces de colores; se involucra en la urdimbre porteña.

 


 

 

       
           


 

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