El cineasta y su adorable mentirosa

Leopoldo Torre Nilsson y Beatriz Guido

ambos estaban casados cuando se conocieron...

 

 

 

Beatriz Guido (1922-1988 : Nació en Rosario. Era hija de Ángel Guido, arquitecto autor del monumento a la bandera de esa ciudad, y de una actriz uruguaya, Berta Eirin. Beatriz era la mayor de tres hermanas y la preferida de su padre. Se casó con un abogado Julio Gottheil, mayor que ella con quien se innstalo definitivamente en Buenos Aires. Era coqueta, expansiva, abierta, constantemente hacía bromas y creaba climas agradables.

Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978 : Nació en Buenos Aires.
Leopoldo  es el único hijo varón de otro realizador argentino, Leopoldo Torres Ríos, y de una inglesa con ascendentes suecos, May Nilsson. Es asimismo el mayor (dos mujeres lo suceden). Su madre fue directora y dueña del castillo que es el colegio Highland frente a la rotonda del final de la calle Gaspar Campos en Vicente López. Se dice que era un silencioso en la infancia, cuando estudiaba en el Florida Day School, y que ya desde los 6 años estaba unido a su padre por una fuerte relación de dependencia.  Fue uno de los directores y guionistas más prestigiosos de la cinematografía argentina. Se casó con María Pilar Barcos en 1948. tuvo dos hijos Javier y Pablo. Nilsson, era reservado y establecía una distancia con los demás que su imagen física acrecentaba. Corpulento, tremendamente miope y con gruesos anteojos oscuros, generaba una mezcla de admiración y temor. Cuestionado por hacer un cine trasgresor fue victima de una persecución constante por la censura.

 

Se conocieron en la casa de Ernesto Sábato, en 1951. Ella le llevaba tres años. El estaba casado y tenía dos hijos. Pero al cineasta y la escritora los unió, desde entonces, una pasión que ni los vaivenes del juego y las apuestas, a los que él era aficionado, pudieron mitigar. En abril de 1951, en la casa de Ernesto y Matilde Sábato, Beatriz Guido conoció a Leopoldo Torre Nilsson. Ella tenía 29 años y él, 26. "Fue un amor a primera vista. Sábato tardó en llegar a la cita, y cuando llegó se disculpó, en el living. «Lamento –dijo– haberles hecho perder el tiempo.» Y Leopoldo le contestó: «No hemos perdido el tiempo»", recordaría Beatriz en un reportaje, años después.

 

Durante la década del 60 en la Argentina se desarrolló la industria cultural más importante de habla hispana, y dentro de ella, el libro jugó un rol fundamental. En ese contexto, tres escritoras -Beatriz Guido, Silvina Bullrich y Marta Lynch- abrieron un camino y supieron, con distintas variantes, expresar las diversas situaciones por las que fue atravesando el país.
 

 

 

 


En 1956 el romance se hizo publico, cinco años luego que se conocieron...

Beatriz siempre colaboró con Leopoldo cediéndole sus libros, escribiendo escenas y ocupándose de las relaciones públicas, tarea en la que se desempeñó de una manera extraordinaria. Su primera misión fue partir al Festival de Cannes, donde asistió a cócteles, sedujo a críticos y distribuidores, y logró que La casa del ángel fuese exhibido. Aunque no ganó ningún premio, los principales críticos franceses lo aplaudieron y elogiaron. Las puertas de Europa empezaban a abrirse, y ese primer viaje a Cannes le sirvió también a Beatriz para lanzar su novela en el nivel internacional. Porque si bien fue la gran impulsora de la carrera de Torre Nilsson, su propia carrera como escritora creció enormemente a partir de su relación con él.
Luego vendrían La caída, La mano en la trampa, Piel de verano, Fin de fiesta y tantos otros títulos, siempre basados en libros de Beatriz. Tuvieron oportunidad de codearse con Jeanne Moreau, Alan Resnais, Allan Robbe-Grillet, Vittorio De Sica y otras muchas celebridades, y el British Film Institute llegó a seleccionar a Torre Nilsson entre los diez mejores directores del mundo. En 1964, Beatriz publicó su obra más famosa, El incendio y las vísperas, donde se refleja el profundo antiperonismo que la caracterizó siempre. La novela despertó pasiones, ya fuera para alabarla o para criticarla. Con la misma intensidad, llegó a comparársela con Amalia, de José Mármol, y a catalogársela de superficial, vacía y malintencionada. Arturo Jauretche, en su libro El medio pelo en la sociedad argentina –otro gran best-seller de la época–, le dedicó todo un capítulo, al que tituló "Una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo". Todo lo que se publicaba sobre ellos interesaba: sus libros, sus películas, sus viajes y sus premios. Eran la pareja glamorosa del momento.
Beatriz asistía a las filmaciones de Leopoldo, opinaba sobre los actores y los detalles de la escenografía, hacía y deshacía, pero no dejaba de escribir. Una vez, mientras se preparaba una toma, las luces estaban apagadas y ella escribía sentada en una sillita, bajo una pequeña luz. Cuando empezó la filmación, dos técnicos levantaron la silla y la llevaron a otra parte, con ella encima. Después llevaron la lucecita, que seguramente era un cable tendido especialmente para que escribiera. Mientras sucedía todo eso, ella ni siquiera levantó la vista del cuaderno. Cuando le preguntaban cómo hacía para no perder detalle de las filmaciones y escribir simultáneamente, respondía: "Soy bimotor". 

 Sus personalidades


Leopoldo no admitía críticas, y Beatriz encajaba perfectamente en ese esquema. Lo llamaba "mi señor, mi dueño", mentía constantemente y se dedicaba a embellecer su vida. Nilsson jamás sintió como una imposición que Berta, la madre de Beatriz, viviera con ellos. La señora tenía un humor ácido, y podía recibir a un visitante recitando a García Lorca, vestida con una bata de terciopelo rojo, un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. Beatriz siempre se ocupó de su madre, sus dos hermanas y sus cuatro sobrinos, que fueron una presencia constante en su casa.
Leopoldo disfrutaba rodeado de gente: le gustaba estar en su cuarto y saber que en el living había tres o cuatro personas. Leopoldo le fue infiel cantidad de veces y ella a pesar de los celos supo manejar la situación. El era celoso de ella también.

 

 


Torre Nilsson siempre fue un jugador compulsivo...

 y Beatriz comprendió desde un principio que esta pasión era parte de su identidad. Frecuentemente, lo acompañaba al hipódromo y cuando estaban filmando, era ella quien hacía cola en las ventanillas para que él no dejara de apostar por ninguno de sus pálpitos. Su relación con el dinero fue siempre difícil y juntos vivieron momentos duros y momentos de esplendor, aunque en las épocas de pobreza se esforzaban por mantener las apariencias. Se vestían bien, y en los viajes citaban a los productores en los mejores hoteles, aunque se hospedaran en uno más barato. Cuando entraba dinero lo destrozaban, y en los períodos difíciles apelaban a los recursos más variados: prestamistas, venta de las piezas de arte heredadas del arquitecto Angel Guido, el padre de Beatriz.



Ellos jamás se casaron. Vivieron en un gran piso sobre la plaza San Martín que le alquilaron al dirigente peronista Jorge Antonio, y también en una planta baja de la avenida Quintana, con un gran jardín adornado con espejos. Jamás tuvieron hijos pero perdieron un embarazo.

 El cine en el que Torre Nilsson creía y le daba premios no generaba, sin embargo, las divisas que su estilo de vida necesitaba, y fue así que decidió encarar films más comerciales. Aunque fue acusado de oportunista, aburrido y esquemático, El santo de la espada fue el film argentino más exitoso hasta ese momento. Fue visto por dos millones ochocientas mil personas, y a los diez días de estar en cartel ya había recuperado su costo. Con el dinero que ganaron compraron un Mercedes Benz blanco, una casa en Punta del Este –a la que bautizaron Leopoldville– y varios departamentos en Mar del Plata, y fueron generosos con sus amigos y parientes. Sin embargo, al poco tiempo el casino y el hipódromo acabaron con la plata y debieron volver a empezar. Alquilaron otra planta baja, más chica, en la avenida Alvear, y como la recepción no les resultaba suficiente, Beatriz decidió hacer un cerramiento metálico en el jardín e instaló allí el comedor.

 En esa época, los problemas de salud de Torre Nilsson empezaron a manifestarse.

Tal vez intuyó que le quedaba poco tiempo y se propuso realizar proyectos que fueran a la vez populares y de calidad, como La mafia, Los siete locos y Boquitas pintadas. En Piedra libre, su último film, volvió a trabajar sobre un libro de Beatriz, algo que no hacía desde Fin de fiesta. Y aunque se propuso recuperar el clima intimista de los primeros años, el resultado fue desparejo, seguramente porque el cáncer ya estaba avanzado. Fue en ese momento cuando Beatriz se decidió a encarar su gran mentira. En su afán por embellecer la vida de Leopoldo, decidió que él pasaría su último tiempo lo mejor posible. Lo internó en la habitación más grande y cómoda del Instituto del Diagnóstico, donde recibieron a las visitas con champagne, apostaron a las carreras por teléfono e hicieron planes para las vacaciones en Punta del Este. Seguramente, Nilsson era consciente de lo que le estaba pasando, pero no bajó los brazos. Le permitieron volver a su casa y llegó a dirigir algunos avisos publicitarios, aunque los dolores eran ya insoportables.
En su desesperación, Beatriz visitó curanderos y hasta lo llevó a España para que lo viera un médico que le habían recomendado. La familia Nilsson le facilitó el dinero y viajaron con un enfermero que le aplicaba morfina cada cuatro horas.

 Cuando Leopoldo murió a los 54 años a causa de una metástasis ósea, producida por un cáncer de próstata, ella se abandonó completamente. En realidad, comenzó una especie de espera hasta que llegara su propio momento de morir.

 Ya durante la enfermedad de Torre Nilsson había comenzado a dejarse engordar y a descuidar su vestimenta. Comía sin límite, se sofocaba mucho y se le hinchaban las piernas, lo que la llevó a estar siempre vestida con túnicas negras largas hasta los tobillos. Como necesitaba dinero, la Editorial Losada –que siempre había publicado sus libros– la contrató como asesora literaria, y hasta le pagó un viaje a Madrid para que intentase escribir. Publicó un par de títulos olvidables y se ocupó del recuerdo de Leopoldo: organizó un festival, una muestra itinerante, numerosas conferencias y homenajes, e instituyó los premios Torre Nilsson, que durante ocho años se entregaron en el hipódromo: se premiaba con una copa al propietario, al jockey, al cuidador y al peón del caballo que salía campeón. A Leopoldo lo velaron como el queria ... en un cine y con el póster de la película un ciudadano detrás.

Al llegar la democracia, fue nombrada agregada cultural en España por Raúl Alfonsín, a quien había apoyado durante la campaña.

 En su nuevo cargo fue, como siempre, generosa. Promovió films, estimuló premios, ayudó a los escritores y albergó a mucha gente en su casa, una enorme planta baja sobre la plaza Rubén Darío. Desde allí la llevaron en ambulancia a la clínica donde murió, el 29 de febrero de 1988, diez años después que Leopoldo. Sus sobrinos trajeron su cuerpo a Buenos Aires y, por orden expresa del presidente de la República, fue velada en el edificio de la Secretaría de Cultura de la Nación, envuelta en la bandera argentina. Tuvo una muerte de prócer, bien ganada.

Ella tuvo una muerte de prócer, envuelta en la bandera argentina.

 

DATOS CURIOSOS

  Ambos se sintieron atraídos el uno por el otro. Ella comenzó la relación mintiendo y él le creyó: Beatriz lo felicitó por su film “El crimen de Oribe” que ella había tenido el gusto de ver en Portugal, nada menos. El dato sorprendió e indignó a Nilsson que no sabía que su film había sido vendido al exterior. Al día siguiente descubriría que la película nunca había salido del país.
 

 Arcón de Buenos Aires