En 1956 el romance se hizo publico, cinco años
luego que se conocieron...
Beatriz siempre colaboró con Leopoldo cediéndole sus libros, escribiendo escenas
y ocupándose de las relaciones públicas, tarea en la que se desempeñó de una
manera extraordinaria. Su primera misión fue partir al Festival de Cannes, donde
asistió a cócteles, sedujo a críticos y distribuidores, y logró que La casa del
ángel fuese exhibido. Aunque no ganó ningún premio, los principales críticos
franceses lo aplaudieron y elogiaron. Las puertas de Europa empezaban a abrirse,
y ese primer viaje a Cannes le sirvió también a Beatriz para lanzar su novela en
el nivel internacional. Porque si bien fue la gran impulsora de la carrera de
Torre Nilsson, su propia carrera como escritora creció enormemente a partir de
su relación con él.
Luego vendrían La caída, La mano en la trampa, Piel de verano, Fin de fiesta y
tantos otros títulos, siempre basados en libros de Beatriz. Tuvieron oportunidad
de codearse con Jeanne Moreau, Alan Resnais, Allan Robbe-Grillet, Vittorio De
Sica y otras muchas celebridades, y el British Film Institute llegó a
seleccionar a Torre Nilsson entre los diez mejores directores del mundo. En
1964, Beatriz publicó su obra más famosa, El incendio y las vísperas, donde se
refleja el profundo antiperonismo que la caracterizó siempre. La novela despertó
pasiones, ya fuera para alabarla o para criticarla. Con la misma intensidad,
llegó a comparársela con Amalia, de José Mármol, y a catalogársela de
superficial, vacía y malintencionada. Arturo Jauretche, en su libro El medio
pelo en la sociedad argentina –otro gran best-seller de la época–, le dedicó
todo un capítulo, al que tituló "Una escritora de medio pelo para lectores de
medio pelo". Todo lo que se publicaba sobre ellos interesaba: sus libros, sus
películas, sus viajes y sus premios. Eran la pareja glamorosa del momento.
Beatriz asistía a las filmaciones de Leopoldo, opinaba sobre los actores y los
detalles de la escenografía, hacía y deshacía, pero no dejaba de escribir. Una
vez, mientras se preparaba una toma, las luces estaban apagadas y ella escribía
sentada en una sillita, bajo una pequeña luz. Cuando empezó la filmación, dos
técnicos levantaron la silla y la llevaron a otra parte, con ella encima.
Después llevaron la lucecita, que seguramente era un cable tendido especialmente
para que escribiera. Mientras sucedía todo eso, ella ni siquiera levantó la
vista del cuaderno. Cuando le preguntaban cómo hacía para no perder detalle de
las filmaciones y escribir simultáneamente, respondía: "Soy bimotor".
Sus personalidades
Leopoldo no admitía críticas, y Beatriz encajaba perfectamente en ese esquema.
Lo llamaba "mi señor, mi dueño", mentía constantemente y se dedicaba a
embellecer su vida. Nilsson jamás sintió como una imposición que Berta, la madre
de Beatriz, viviera con ellos. La señora tenía un humor ácido, y podía recibir a
un visitante recitando a García Lorca, vestida con una bata de terciopelo rojo,
un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. Beatriz siempre se
ocupó de su madre, sus dos hermanas y sus cuatro sobrinos, que fueron una
presencia constante en su casa.
Leopoldo disfrutaba rodeado de gente: le gustaba estar en su cuarto y saber que
en el living había tres o cuatro personas. Leopoldo le fue infiel cantidad de
veces y ella a pesar de los celos supo manejar la situación. El era celoso
de ella también.
Torre Nilsson siempre fue un jugador compulsivo...
y Beatriz comprendió desde un
principio que esta pasión era parte de su identidad. Frecuentemente, lo
acompañaba al hipódromo y cuando estaban filmando, era ella quien hacía cola en
las ventanillas para que él no dejara de apostar por ninguno de sus pálpitos. Su
relación con el dinero fue siempre difícil y juntos vivieron momentos duros y
momentos de esplendor, aunque en las épocas de pobreza se esforzaban por
mantener las apariencias. Se vestían bien, y en los viajes citaban a los
productores en los mejores hoteles, aunque se hospedaran en uno más barato.
Cuando entraba dinero lo destrozaban, y en los períodos difíciles apelaban a los
recursos más variados: prestamistas, venta de las piezas de arte heredadas del
arquitecto Angel Guido, el padre de Beatriz.
Ellos jamás se casaron.
Vivieron en un gran piso sobre la plaza San Martín que le alquilaron al
dirigente peronista Jorge Antonio, y también en una planta baja de la avenida
Quintana, con un gran jardín adornado con espejos. Jamás tuvieron hijos pero
perdieron un embarazo.
El cine en el que Torre
Nilsson creía y le daba premios no generaba, sin embargo, las divisas que su
estilo de vida necesitaba, y fue así que decidió encarar films más comerciales.
Aunque fue acusado de oportunista, aburrido y esquemático, El santo de la espada
fue el film argentino más exitoso hasta ese momento. Fue visto por dos millones
ochocientas mil personas, y a los diez días de estar en cartel ya había
recuperado su costo. Con el dinero que ganaron compraron un Mercedes Benz
blanco, una casa en Punta del Este –a la que bautizaron Leopoldville– y varios
departamentos en Mar del Plata, y fueron generosos con sus amigos y parientes.
Sin embargo, al poco tiempo el casino y el hipódromo acabaron con la plata y
debieron volver a empezar. Alquilaron otra planta baja, más chica, en la avenida
Alvear, y como la recepción no les resultaba suficiente, Beatriz decidió hacer
un cerramiento metálico en el jardín e instaló allí el comedor.
En esa época,
los problemas de salud de Torre Nilsson empezaron a manifestarse.
Tal vez intuyó
que le quedaba poco tiempo y se propuso realizar proyectos que fueran a la vez
populares y de calidad, como La mafia, Los siete locos y Boquitas pintadas. En
Piedra libre, su último film, volvió a trabajar sobre un libro de Beatriz, algo
que no hacía desde Fin de fiesta. Y aunque se propuso recuperar el clima
intimista de los primeros años, el resultado fue desparejo, seguramente porque
el cáncer ya estaba avanzado. Fue en ese momento cuando Beatriz se decidió a
encarar su gran mentira. En su afán por embellecer la vida de Leopoldo, decidió
que él pasaría su último tiempo lo mejor posible. Lo internó en la habitación
más grande y cómoda del Instituto del Diagnóstico, donde recibieron a las
visitas con champagne, apostaron a las carreras por teléfono e hicieron planes
para las vacaciones en Punta del Este. Seguramente, Nilsson era consciente de lo
que le estaba pasando, pero no bajó los brazos. Le permitieron volver a su casa
y llegó a dirigir algunos avisos publicitarios, aunque los dolores eran ya
insoportables.
En su desesperación, Beatriz visitó curanderos y hasta lo llevó a España para
que lo viera un médico que le habían recomendado. La familia Nilsson le facilitó
el dinero y viajaron con un enfermero que le aplicaba morfina cada cuatro horas.
Cuando Leopoldo murió a
los 54 años a causa de una metástasis ósea, producida por un cáncer de
próstata, ella se abandonó completamente. En realidad, comenzó una
especie de espera hasta que llegara su propio momento de morir.
Ya durante la
enfermedad de Torre Nilsson había comenzado a dejarse engordar y a descuidar su
vestimenta. Comía sin límite, se sofocaba mucho y se le hinchaban las piernas,
lo que la llevó a estar siempre vestida con túnicas negras largas hasta los
tobillos. Como necesitaba dinero, la Editorial Losada –que siempre había
publicado sus libros– la contrató como asesora literaria, y hasta le pagó un
viaje a Madrid para que intentase escribir. Publicó un par de títulos olvidables
y se ocupó del recuerdo de Leopoldo: organizó un festival, una muestra
itinerante, numerosas conferencias y homenajes, e instituyó los premios Torre
Nilsson, que durante ocho años se entregaron en el hipódromo: se premiaba con
una copa al propietario, al jockey, al cuidador y al peón del caballo que salía
campeón. A Leopoldo lo velaron como el queria ... en un cine y con el póster de
la película un ciudadano detrás.
Al llegar la democracia, fue nombrada agregada
cultural en España por Raúl Alfonsín, a quien había apoyado durante la
campaña.
En su nuevo cargo fue, como siempre,
generosa. Promovió films, estimuló premios, ayudó a los escritores
y albergó a mucha gente en su casa, una enorme planta baja sobre la plaza Rubén
Darío. Desde allí la llevaron en ambulancia a la clínica donde murió, el 29 de
febrero de 1988, diez años después que Leopoldo. Sus sobrinos trajeron su cuerpo
a Buenos Aires y, por orden expresa del presidente de la República, fue velada
en el edificio de la Secretaría de Cultura de la Nación, envuelta en la bandera
argentina. Tuvo una muerte de prócer, bien ganada.
Ella tuvo una muerte de prócer, envuelta en la
bandera argentina.
DATOS CURIOSOS
Ambos se sintieron atraídos el uno por el otro. Ella comenzó la relación
mintiendo y él le creyó: Beatriz lo felicitó por su film “El crimen de Oribe”
que ella había tenido el gusto de ver en Portugal, nada menos. El dato
sorprendió e indignó a Nilsson que no sabía que su film había sido vendido al
exterior. Al día siguiente descubriría que la película nunca había salido del
país.
Arcón de Buenos Aires
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