CONVENTO

 SANTA CATALINA DE SIENA

 

Arcón de Buenos Aires

 

 

 

CONVENTO Santa Catalina de Siena

 

Fue el primer convento de mujeres de Buenos Aires. La clausura de las monjas era absoluta. La Misa Conventual y la Comunión diaria constituían el centro de la vida espiritual del monasterio, regida por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Perdió la fachada austera primitiva al ser remodelada en 1920.

 

El lugar elegido por Torres Briceño para emplazar el monasterio fue en un predio frente al Hospital del Rey, en las esquina de las actuales calles México y Defensa. En 1727, tras adquirir varios solares, se dio inicio a las obras de construcción.

 Fue inaugurado en solemne procesión –campanas al viento y “luminarias” encendidas por orden del Cabildo– el 21 de diciembre de 1745. La obra había empezado en 1727, bajo diseño del hermano Andrés Bianchi, el arquitecto jesuita italiano que nos bendijo con su trabajo entre 1717 y 1740 y que con su colega –en ambas vocaciones– Bautista Prímoli nos legó edificios como el Pilar, la Merced, San Francisco y su capilla de San Roque, y nada menos que la catedral de Córdoba.

 

Cambio de ubicación

 

Narbona solicitó al gobernador el cambio de ubicación ya que consideraba que el monasterio se encontraba en la parte baja de la ciudad, que las paredes existentes eran débiles para resistir otra carga y que la superficie era escasa. Propone asimismo un nuevo terreno de una manzana completa, llamada "la Manzana del Campanero", en el barrio del Retiro. Se encontraba a siete cuadras de la Plaza Mayor, en la calle de la Catedral y tenía las ventajas de ser un barrio más seguro, en mayor altura con mejor vista al río y algo desviado del bullicio y comercio de las calles principales.

 

El gobernador aprobó el 25 de septiembre de 1737 la propuesta de Narbona de abandonar lo edificado y adquirir el nuevo predio. Ese mismo año, se compra el nuevo terreno, propiedad de la familia Cueli, manzana hoy limitada por las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y Córdoba.

 

El capitán Juan de Narbona comenzó de inmediato la construcción del nuevo monasterio en la Manzana del Campanero, basándose en los planos originales trazados por el Hno. Bianchi e incorporando algunas modificaciones.

 

 

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(FOTOS PANORÁMICAS)

 

 

 

 

 

 

 En sus orígenes, el convento ocupaba toda la manzana que rodean las calles San Martín, Reconquista, Viamonte y la Avenida Córdoba. El monasterio contaba con un total de 36 celdas: una para refectorio, tres para despensa, dos para cocina, dos para noviciado, dos salas de labor y dos para ropería. Las veinticuatro restantes, ubicadas en el primer claustro, eran ocupadas por las monjas, teniendo que compartir cada celda entre dos o tres. Sin lugar a dudas, hoy nos puede parecer un edificio desmesurado para su probables cincuenta residentes, que paradójicamente dormían apiñadas.

 

Con el transcurso del tiempo, y a medida que el barrio de Retiro fue incrementando su densidad, el monasterio perdió gradualmente sus terrenos. Algunos devinieron en accesorias para rentas del convento. Con ese fin, alrededor de 1905 se edificaron "... casas de altos para rentas..." . En el año 1974, las monjas catalinas se trasladan a su nuevo convento en San Justo, Provincia de Buenos Aires. Es por ese entonces que el monasterio cede el ala este y, las construcciones de la esquina de San Martín y Córdoba son demolidas para dar lugar a la torre actual. A partir de ese momento, el convento cae en un estado de profundo abandono. A pesar de ello, tanto el claustro principal como la iglesia, si bien deteriorados, afortunadamente se conservaron completos.

 

 

 

La iglesia consagrada a la santa tutelar tiene la escala relativamente modesta de un templo de monasterio. Tiene una planta salón, de una nave y con tres capillas laterales de cada lado, nártex y un crucero poco profundo y sin ábside. La nave tiene una bóveda de cañón corrido y una cúpula con linterna que cubre el crucero. A la izquierda, como quien entra, se ve el sistema de aperturas que permitía que las hermanas participaran de la misa sin ser vistas. Hay óculos dispuestos y, cerca del presbiterio, una gran apertura de medio punto enrejada comunica con el coro. El frente de la capilla que vemos hoy no es el que creó Bianchi. Es notable el mosaico del piso de entrada a la Iglesia.

 

 

A los "locos/as" excitados se les reservaban las cárceles del Cabildo, a veces engrillados, otras encepados. Esto si eran de clase baja o esclavos. Si eran mujeres de clase alta, tenían la alternativa de las celdas de algún convento de clausura y precisamente, por ser el de "las catalinas" (monjas dominicanas de clausura) el primero en fundarse en Buenos Aires, fue el receptor de delirios e histerias femeninas.

 


 

 

El Monasterio

 

Originalmente, el ingreso al monasterio estaba ubicado sobre la actual calle San Martín. En el año 1875 se clausuró esa puerta y se edificó la portería en la calle Viamonte, acercándola más a la sacristía para mayor comodidad de la Comunidad y los capellanes. El monasterio fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1975.

Cinco religiosas del Monasterio de Santa Catalina de Siena de la ciudad de Córdoba fueron elegidas Madres fundadoras del convento de Buenos Aires. Las monjas tardaron alrededor de quince días en hacer el trayecto, llegando a Buenos Aires el 25 de mayo de 1745. Debido a que el monasterio aún no estaba terminado, se alojaron provisoriamente en una casa preparada especialmente, con su pequeña clausura y capilla. Allí permanecieron varios meses hasta la solemne inauguración el 21 de diciembre del mismo año.

 

 

 Estaba dispuesto a albergar a mujeres de primera calidad que pudieran aportar una dote. La intención de que este convento albergara en depósito mujeres de calidad y niñas huérfanas para ser educadas nunca se cumplió. El de las capuchinas estaría destinado a hijas de padres “nobles pobres”, que no pudieran aportar dote alguna. En el Convento de las Catalinas se disminuyó el monto de la dote a tres novicias que sabían tocar el clave o el órgano. Desde el momento de su fundación hasta 1810, ingresaron en el Convento de las Catalinas 98 monjas.

 

 

Pese a sus monjas catalinas, o sea dominicanas, y sus arquitectos jesuitas, el convento es más vale franciscano, especialmente comparado con las otras obras de sus autores. Totalmente realizado en ladrillo y cal, tiene dos plantas y rodea un gran patio central al que hasta 1905 se accedía por la calle San Martín. Ya en esos años de primeros autos ese acceso resultó demasiado ruidoso para las hermanas y del cierre a cal y canto queda el ornado marco ciego que tanto intriga al que pasa por ahí. Hasta que se mudaron a San Justo en 1974, las hermanas se dedicaron allí a una vida de silencio, oración y laboriosidad que incluía la encuadernación de libros y la restauración de obras de arte. En 1941 y en 1975 –ya propiedad del arzobispado porteño– el lugar fue declarado Monumento Histórico Nacional.

 

 

- vista desde San Martín-

El edificio fue construido íntegramente de ladrillo y cal. Está compuesto por dos plantas dominadas por dos imponentes claustros, uno alto y otro bajo, con el correspondiente número de celdas para albergar cuarenta monjas conventuales. La circulación se desarrolla en torno a un patio central.

 

 

 

 

 

La planta baja está formada por varias celdas y corredores con techos abovedados. En la planta alta, además de las celdas, se encuentra una pequeña habitación de planta cuadrada, cubierta con una cúpula con linterna, que se comunica visualmente con el presbiterio de la iglesia. Según algunos historiadores, era conocida como la capilla del noviciado. Entre los trabajos adicionales realizados por el capitán Juan de Narbona - según escribe Andrés Millé - figuran dos pasillos laterales a la iglesia que parten del coro alto, utilizados por las religiosas para observar la misa sin ser vistas. En los pasillos del claustro de la planta alta se encuentran dos cruces moldeadas en el revoque de la pared, detalle característico del constructor. Asimismo, son de su autoría las seis capillas laterales, cinco confesionarios y varias celdas.

 

 

Según un informe del licenciado Albarden en 1770, el monasterio se encontraba en muy buenas condiciones, sus celdas altas y bajas, la iglesia, sacristía y coros "muy limpios y hermosos". Tenía un total de treinta y seis celdas, de las cuales una era el refectorio, otras tres servían de despensa y a continuación una como cocina para la Comunidad, dos servían de noviciado, otras dos como sala de labor, dos de guardarropa y otra como cocina para enfermas. Al ser utilizadas tantas habitaciones para dichos servicios, no había suficientes para dormitorios y las monjas se repartían de a dos y tres por celda.

 

 

Una puerta histórica… ejemplo de los lugares escondidos, poco percibidos. Por un acto de la imaginación deberíamos trasladarnos a la mañana del domingo 5 de julio de 1807. Desde el altar de la Iglesia de Santa Catalina de Siena, del siglo XVIII, en la esquina de Viamonte y San Martín, podríamos ver a unos soldados ingleses golpeando esta puerta hasta hacerla ceder, para después ingresar a un recinto en el que las monjas del convento contiguo a la iglesia se ocultan, asustadas. A los soldados invasores los envolvía el halo de herejes, impíos, amigos de los desmanes y la crueldad. Pero como una pequeña placa sobre la puerta lo recuerda, no hubo que lamentar ningún daño. En ese día, los soldados de la segunda invasión inglesa a la ciudad de Buenos Aires serían derrotados y obligados a rendirse.

 

 

 

Jerarquización en el convento  

 

En ambos conventos de CAPUCHINAS Y DE CATALINAS existían monjas de velo negro o monjas coristas y monjas de velo blanco, también llamadas conversas, de obediencia o serviciales. En ninguna de las reglas primitivas de estas órdenes se hace mención a dicha división. Es en las constituciones de las monjas de Santo Domingo (catalinas) y en la regla de Urbano IV (capuchinas) donde hallamos bien establecidas las diferencias. En ambas existe la autorización para recibir algunas religiosas, una cada siete de velo negro, para “ocuparse de los oficios corporales”. 

 

La diferencia más notable es que las catalinas contaban con un grupo de monjas que se ocupaban de la contabilidad del convento, que debió haber sido bastante complicada si tenemos en cuenta que las dotes de las monjas eran colocadas a censo cuyo rédito había que cobrar y tenían además algunas fincas alquiladas. En el Convento de las Capuchinas, la contabilidad debe haber sido más sencilla, pues vivían fundamentalmente de la limosna que un limosnero especialmente nombrado para ello recogía diariamente.

 

En nuestro intento por ver la relación existente entre estos conventos y la sociedad, nos preguntamos cómo se distribuían estos cargos y si existía una correlación entre los cargos y el sector social al que pertenecían las monjas.  Para cualquier oficio que fuera designada una monja ésta debía dar su aceptación y ver en ello la voluntad de Dios. Las elecciones se debían realizar cada tres años por cédulas secretas, que las monjas habilitadas para votar colocaban dentro de una urna. Eran presididas por el obispo, quien, en compañía de dos canónigos escrutadores y del capellán de las monjas, se ubicaba en la iglesia otro lado de una reja que los separaba de las monjas instaladas en el coro.

 

 

Debían llevar un velo blanco sobre su cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas canónicas, debían levantarse a la misma hora que las demás (a las doce de la noche para orar cuanto en el locutorio se hable o haga), torneras (o porteras), depositarias, procuradoras, madres de consejo, refectolera (encargada del comedor), servidoras de la mesa, lectora en la mesa, enfermeras, roperas, obreras (controlaban a los obreros), previsora, directora de labor, hortelana y secretaria.

 

 

La  vida cotidiana

 

Las monjas de clausura aspiran a lograr la perfección cristiana por medio de los tres votos perpetuos de obediencia, pobreza y castidad. En su vida diaria rezan el Oficio Divino, la liturgia de las horas, como medio de alabanza a Dios y lograr una íntima unión con El.  Para ello santifican las distintas horas del día mediante la oración vocal y mental que realizan todas juntas en el coro, y cada hora de trabajo manual, la que acompañan siempre con lecturas espirituales.  

 

 ¿Cómo era un día en la vida de las monjas de clausura durante el período colonial? 

 

Hemos reunido los datos relacionados con el tema en los archivos de ambos conventos en sus reglas y constituciones, en un resumen histórico escrito en 1920 por una monja capuchina y en documentos del Archivo General de la Nación. Estos datos no son totalmente coincidentes con respecto a los horarios de los rezos, y ante la necesidad de unificarlos, para hacer más llevadero el relato, somos conscientes de que tal vez hemos incurrido en alguna inexactitud.

 

 

  Las catalinas se levantaban a las 4. Al sonido de 33 campanadas se dirigían al coro para rezar Maitines y Laudes. En cada una de la horas litúrgicas se leían o cantaban salmos, himnos de alabanza, algún capítulo del Antiguo Testamento y otras lecturas correspondientes al Oficio de cada día. Las capuchinas rezaban sin canto; las catalinas cantaban y acompañaban el canto con órgano o clave. A partir de las 5 de la mañana, las oraciones y tareas eran similares en ambos conventos. A esta hora se rezaba Prima y Tercia. Luego el capellán celebraba la misa, a la que todas las monjas de ambos velos debían asistir. Alrededor de las 6.30 se servía el desayuno, que consistía en una taza de té o mate con un pancito. A continuación volvían al coro para rezar Sexta y Nona, seguidas de una hora de oración mental, meditando generalmente sobre la pasión y muerte de Jesucristo.

 

Se realizaban los trabajos de limpieza, lavado y acondicionamiento de la ropa, y se avivaban los fuegos en el amplio fogón de la cocina, donde comenzaba a prepararse el almuerzo. Las monjas de velo negro supervisaban estas tareas que realizaban las monjas de velo blanco, las donadas y las esclavas. Entre las catalinas, la procuradora y la depositaria se recluían en sus oficinas para ocuparse de los asuntos económicos del monasterio, los jornales de los albañiles y las cuentas de la leña, el trigo, la grasa, y tantas otras cosas que había que pagar, además de ocuparse de los deudores morosos que no aportaban a tiempo los réditos del dinero que habían pedido a censo y sin el cual la vida en el convento se hacía muy difícil.

 

IMPORTANTE

 

Ese día, las Madres fundadoras y las cinco postulantes que entraron en esos meses, fueron conducidas en carruajes hasta la Catedral de Buenos Aires donde comenzaron los actos, con la presencia del Gobernador maestre de campo don José de Andonaegui. De allí salieron a pie en procesión hacia el monasterio, acompañadas por los miembros de los dos Cabildos, eclesiástico y secular, y las Ordenes Religiosas de la ciudad, franciscanos, dominicos, jesuitas y mercedarios. El Obispo Fray José de Peralta llevaba personalmente el Santísimo Sacramento descubierto. El pueblo de Buenos Aires estaba de fiesta, las campanas del nuevo monasterio se unían a las de la Catedral y demás templos, las calles estaban adornadas, y las ventanas vestidas con estandartes y tapices. La ciudad permaneció iluminada tres noches en señal de regocijo público. En el monasterio, las fiestas religiosas duraron tres días.

 

 

INVASIONES INGLESAS

 

En la mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a conquistar Buenos Aires, el monasterio de Santa Catalina fue ocupado por tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por la pequeña puerta del comulgatorio que comunica con el coro bajo y permanecieron en Santa Catalina hasta el día 7 del mismo mes.

 

Encerradas en una celda a oscuras y sin otro alimento que "…el Santísimo Cuerpo de nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…", las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento sufrió un destrozo importante: ropas, camas y muebles fueron robados, rotos, o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes, robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.

 

Tras la rendición de los ingleses el 7 de julio, Santa Catalina, como la mayoría de los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos. Durante la reforma eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, en 1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes pasaron al Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a la vida conventual, pero tanto el monasterio de las Catalinas, como el de las Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma y fueron respetados.

 

 

 

 

 El cuartel del Escuadrón de “Dragones”, estaba situado frente a la Iglesia de Santa Catalina, en el antiguo barrio de La Merced o de Catedral al Norte, más o menos donde se encuentra el edificio de las Galerías Pacífico, en la esquina de las calles Viamonte y San Martín.

 

Fue el primer monasterio para mujeres de la ciudad de Buenos Aires, uno de los más antiguos y prestigiosos de esa ciudad en su etapa colonial y se halla muy vinculado a la historia del país.

 

Hasta 1872 el desembarco en el Puerto de Buenos Aires se efectuaba principalmente en el fondeadero natural de Balizas Interiores transbordando a carretas. Ese año se construyó un largo muelle que fue llamado "de las Catalinas" por estar ubicado frente al monasterio. Penetraba varios cientos de metros en el río y operó durante dos décadas hasta la reestructuración del puerto por el ingeniero Eduardo Madero. Contaba con líneas férreas y grandes depósitos.

 

  Tras la caída de Juan Manuel de Rosas se radicaron en la zona las principales familias de Buenos Aires que antes vivían al sur de la Plaza Mayor con lo que el "Barrio de las Catalinas" adquirió una mayor importancia en la sociedad porteña. La Iglesia de Santa Catalina de Siena, en San Martín esquina Viamonte, fue declarada Monumento Histórico Nacional por Decreto 120.412 del 21 de mayo de 1942, mientras que el Monasterio recibió similar distinción por Decreto 369 del 18 de febrero de 1975.

 

Hacia 1880 el Puerto de Buenos Aires contaba con tres espigones: uno de aduana para carga y descarga de mercaderías; el segundo en el Bajo de La Merced destinado al embarque y desembarque de pasajeros y el tercero, de Las Catalinas, también para pasajeros, desembarcándolos desde lanchones a carretas tiradas por caballos que operaban alrededor del viejo Hotel de Inmigrantes.

 

En 1889 se levantó frente al monasterio el edificio llamado del "Bon Marché", posteriormente adquirido por el ferrocarril del Pacífico y hoy ocupado por el centro comercial Galerías Pacífico.

 

 

 

 

 En el Museo de Arte Sacro Amalia de Carol, de Capilla del Señor,

podemos encontrar, entre una importante colección, una araña de bronce, para velas, es

decir no electrificada, que perteneció a esta iglesia y convento.