Cambio de ubicación
Narbona solicitó al gobernador el cambio de ubicación ya que consideraba que
el monasterio se encontraba en la parte baja de la ciudad, que las paredes
existentes eran débiles para resistir otra carga y que la superficie era escasa.
Propone asimismo un nuevo terreno de una manzana completa, llamada "la Manzana
del Campanero", en el barrio del Retiro. Se encontraba a siete cuadras de la
Plaza Mayor, en la calle de la Catedral y tenía las ventajas de ser un barrio
más seguro, en mayor altura con mejor vista al río y algo desviado del bullicio
y comercio de las calles principales.
El
gobernador aprobó el 25 de septiembre de 1737 la propuesta de Narbona de
abandonar lo edificado y adquirir el nuevo predio. Ese mismo año, se compra
el nuevo terreno, propiedad de la familia Cueli, manzana hoy limitada por
las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y Córdoba.
El capitán
Juan de Narbona comenzó de inmediato la construcción del nuevo monasterio en
la Manzana del Campanero, basándose en los planos originales trazados por el
Hno. Bianchi e incorporando algunas modificaciones.
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(FOTOS PANORÁMICAS)
En sus orígenes, el convento
ocupaba toda la manzana que rodean las calles San Martín, Reconquista, Viamonte
y la Avenida Córdoba. El monasterio contaba con un total de 36 celdas: una para
refectorio, tres para despensa, dos para cocina, dos para noviciado, dos salas
de labor y dos para ropería. Las veinticuatro restantes, ubicadas en el primer
claustro, eran ocupadas por las monjas, teniendo que compartir cada celda entre
dos o tres. Sin lugar a dudas, hoy nos puede parecer un edificio desmesurado
para su probables cincuenta residentes, que paradójicamente dormían apiñadas.
Con el
transcurso del tiempo, y a medida que el barrio de Retiro fue incrementando su
densidad, el monasterio perdió gradualmente sus terrenos. Algunos devinieron en
accesorias para rentas del convento. Con ese fin, alrededor de 1905 se
edificaron "... casas de altos para rentas..." . En el año 1974, las monjas
catalinas se trasladan a su nuevo convento en San Justo, Provincia de Buenos
Aires. Es por ese entonces que el monasterio cede el ala este y, las
construcciones de la esquina de San Martín y Córdoba son demolidas para dar
lugar a la torre actual. A partir de ese momento, el convento cae en un estado
de profundo abandono. A pesar de ello, tanto el claustro principal como la
iglesia, si bien deteriorados, afortunadamente se conservaron completos.
La iglesia consagrada a la santa
tutelar tiene la escala relativamente modesta de un templo de monasterio. Tiene
una planta salón, de una nave y con tres capillas laterales de cada lado, nártex
y un crucero poco profundo y sin ábside. La nave tiene una bóveda de cañón
corrido y una cúpula con linterna que cubre el crucero. A la izquierda, como
quien entra, se ve el sistema de aperturas que permitía que las hermanas
participaran de la misa sin ser vistas. Hay óculos dispuestos y, cerca del
presbiterio, una gran apertura de medio punto enrejada comunica con el coro. El
frente de la capilla que vemos hoy no es el que creó Bianchi.
Es notable el mosaico del piso de
entrada a la Iglesia.
A los "locos/as" excitados se
les reservaban las cárceles del Cabildo, a veces engrillados, otras encepados.
Esto si eran de clase baja o esclavos. Si eran mujeres de clase alta, tenían la
alternativa de las celdas de algún convento de clausura y precisamente, por ser
el de "las catalinas" (monjas dominicanas de clausura) el primero en fundarse en
Buenos Aires, fue el receptor de delirios e histerias femeninas.
El Monasterio
Originalmente, el ingreso al monasterio estaba ubicado sobre la actual calle
San Martín. En el año 1875 se clausuró esa puerta y se edificó la portería
en la calle Viamonte, acercándola más a la sacristía para mayor comodidad de
la Comunidad y los capellanes. El monasterio fue declarado Monumento
Histórico Nacional en 1975.
Cinco
religiosas del Monasterio de Santa Catalina de Siena de la ciudad de Córdoba
fueron elegidas Madres fundadoras del convento de Buenos Aires. Las monjas
tardaron alrededor de quince días en hacer el trayecto, llegando a Buenos
Aires el 25 de mayo de 1745. Debido a que el monasterio aún no estaba
terminado, se alojaron provisoriamente en una casa preparada especialmente,
con su pequeña clausura y capilla. Allí permanecieron varios meses hasta la
solemne inauguración el 21 de diciembre del mismo año.
Estaba
dispuesto a albergar a mujeres de primera calidad que pudieran aportar una dote.
La intención de que este convento albergara en depósito mujeres de calidad y
niñas huérfanas para ser educadas nunca se cumplió. El de las capuchinas estaría
destinado a hijas de padres “nobles pobres”, que no pudieran aportar dote
alguna.
En el Convento de las Catalinas se disminuyó
el monto de la dote a tres novicias que sabían tocar el clave o el órgano.
Desde el momento de su fundación hasta 1810,
ingresaron en el Convento de las Catalinas 98 monjas.
Pese a sus monjas catalinas, o sea
dominicanas, y sus arquitectos jesuitas, el convento es más vale franciscano,
especialmente comparado con las otras obras de sus autores. Totalmente
realizado en ladrillo y cal, tiene dos plantas y rodea un gran patio central
al que hasta 1905 se accedía por la calle San Martín. Ya en esos años de
primeros autos ese acceso resultó demasiado ruidoso para las hermanas y del
cierre a cal y canto queda el ornado marco ciego que tanto intriga al que pasa
por ahí. Hasta que se mudaron a San Justo en 1974, las hermanas se dedicaron allí a una vida
de silencio, oración y laboriosidad que incluía la encuadernación de libros y
la restauración de obras de arte.
En 1941 y en 1975 –ya propiedad del arzobispado porteño– el lugar fue
declarado Monumento Histórico Nacional.
- vista
desde San Martín-
El edificio fue construido
íntegramente de ladrillo y cal. Está compuesto por dos plantas dominadas por
dos imponentes claustros, uno alto y otro bajo, con el correspondiente
número de celdas para albergar cuarenta monjas conventuales. La circulación
se desarrolla en torno a un patio central.
La planta baja está formada
por varias celdas y corredores con techos abovedados. En la planta alta,
además de las celdas, se encuentra una pequeña habitación de planta
cuadrada, cubierta con una cúpula con linterna, que se comunica visualmente
con el presbiterio de la iglesia. Según algunos historiadores, era conocida
como la capilla del noviciado. Entre los trabajos adicionales realizados por
el capitán Juan de Narbona - según escribe Andrés Millé - figuran dos
pasillos laterales a la iglesia que parten del coro alto, utilizados por las
religiosas para observar la misa sin ser vistas. En los pasillos del
claustro de la planta alta se encuentran dos cruces moldeadas en el revoque
de la pared, detalle característico del constructor. Asimismo, son de su
autoría las seis capillas laterales, cinco confesionarios y varias celdas.
Según un informe del
licenciado Albarden en 1770, el monasterio se encontraba en muy buenas
condiciones, sus celdas altas y bajas, la iglesia, sacristía y coros "muy
limpios y hermosos". Tenía un total de treinta y seis celdas, de las cuales
una era el refectorio, otras tres servían de despensa y a continuación una
como cocina para la Comunidad, dos servían de noviciado, otras dos como sala
de labor, dos de guardarropa y otra como cocina para enfermas. Al ser
utilizadas tantas habitaciones para dichos servicios, no había suficientes
para dormitorios y las monjas se repartían de a dos y tres por celda.
Una puerta histórica… ejemplo de los
lugares escondidos, poco percibidos. Por un acto de la imaginación deberíamos
trasladarnos a la mañana del domingo 5 de julio de 1807. Desde el altar de la
Iglesia de Santa Catalina de Siena, del siglo XVIII, en la esquina de Viamonte y
San Martín, podríamos ver a unos soldados ingleses golpeando esta puerta hasta
hacerla ceder, para después ingresar a un recinto
en el que las monjas del convento contiguo a la iglesia se ocultan, asustadas. A
los soldados invasores los envolvía el halo de herejes, impíos, amigos de los
desmanes y la crueldad. Pero como una pequeña placa sobre la puerta lo recuerda,
no hubo que lamentar ningún daño. En ese día, los soldados de la segunda
invasión inglesa a la ciudad de Buenos Aires serían derrotados y obligados a
rendirse.
Jerarquización en el convento
En ambos
conventos de CAPUCHINAS Y DE CATALINAS existían monjas de velo negro o monjas
coristas y monjas de velo blanco, también llamadas conversas, de
obediencia o serviciales. En ninguna de las reglas primitivas de estas
órdenes se hace mención a dicha división. Es en las constituciones de las monjas
de Santo Domingo (catalinas) y en la regla de Urbano IV (capuchinas) donde
hallamos bien establecidas las diferencias. En ambas existe la autorización para
recibir algunas religiosas, una cada siete de velo negro, para “ocuparse de los
oficios corporales”.
La diferencia
más notable es que las catalinas contaban con un grupo de monjas que se ocupaban
de la contabilidad del convento, que debió haber sido bastante complicada si
tenemos en cuenta que las dotes de las monjas eran colocadas a censo cuyo rédito
había que cobrar y tenían además algunas fincas alquiladas. En el Convento de
las Capuchinas, la contabilidad debe haber sido más sencilla, pues vivían
fundamentalmente de la limosna que un limosnero especialmente nombrado para ello
recogía diariamente.
En nuestro intento por ver la relación existente entre
estos conventos y la sociedad, nos preguntamos cómo se distribuían estos cargos
y si existía una correlación entre los cargos y el sector social al que
pertenecían las monjas. Para cualquier oficio que fuera designada una
monja ésta debía dar su aceptación y ver en ello la voluntad de Dios. Las
elecciones se debían realizar cada tres años por cédulas secretas, que las
monjas habilitadas para votar colocaban dentro de una urna. Eran presididas por
el obispo, quien, en compañía de dos canónigos escrutadores y del capellán de
las monjas, se ubicaba en la iglesia otro lado de una reja que los separaba de
las monjas instaladas en el coro.
Debían llevar un velo blanco
sobre su cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de
determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas
canónicas, debían levantarse a la misma hora que las demás (a las doce de la
noche para orar cuanto en el locutorio se hable o haga), torneras (o porteras),
depositarias, procuradoras, madres de consejo, refectolera (encargada del
comedor), servidoras de la mesa, lectora en la mesa, enfermeras, roperas,
obreras (controlaban a los obreros), previsora, directora de labor, hortelana y
secretaria.
La vida cotidiana
Las monjas
de clausura aspiran a lograr la perfección cristiana por medio de los tres votos
perpetuos de obediencia, pobreza y castidad. En su vida diaria rezan el Oficio
Divino, la liturgia de las horas, como medio de alabanza a Dios y lograr una
íntima unión con El. Para ello santifican las distintas horas del día
mediante la oración vocal y mental que realizan todas juntas en el coro, y cada
hora de trabajo manual, la que acompañan siempre con lecturas espirituales.
¿Cómo era un día en la vida de las monjas de clausura durante el
período colonial?
Hemos reunido los datos relacionados con el tema en los
archivos de ambos conventos en sus reglas y constituciones, en un resumen
histórico escrito en 1920 por una monja capuchina y en documentos del Archivo
General de la Nación. Estos datos no son totalmente coincidentes con respecto a
los horarios de los rezos, y ante la necesidad de unificarlos, para hacer más
llevadero el relato, somos conscientes de que tal vez hemos incurrido en alguna
inexactitud.
Las catalinas se levantaban a las 4. Al sonido de 33 campanadas se dirigían al
coro para rezar Maitines y Laudes. En cada una de la horas litúrgicas se leían o
cantaban salmos, himnos de alabanza, algún capítulo del Antiguo Testamento y
otras lecturas correspondientes al Oficio de cada día. Las capuchinas rezaban
sin canto; las catalinas cantaban y acompañaban el canto con órgano o clave. A
partir de las 5 de la mañana, las oraciones y tareas eran similares en ambos
conventos. A esta hora se rezaba Prima y Tercia. Luego el capellán celebraba la
misa, a la que todas las monjas de ambos velos debían asistir. Alrededor de las
6.30 se servía el desayuno, que consistía en una taza de té o mate con un
pancito. A continuación volvían al coro para rezar Sexta y Nona, seguidas de una
hora de oración mental, meditando generalmente sobre la pasión y muerte de
Jesucristo.
Se realizaban los trabajos de
limpieza, lavado y acondicionamiento de la ropa, y se avivaban los fuegos en el
amplio fogón de la cocina, donde comenzaba a prepararse el almuerzo. Las monjas
de velo negro supervisaban estas tareas que realizaban las monjas de velo
blanco, las donadas y las esclavas. Entre las catalinas, la procuradora y la
depositaria se recluían en sus oficinas para ocuparse de los asuntos económicos
del monasterio, los jornales de los albañiles y las cuentas de la leña, el
trigo, la grasa, y tantas otras cosas que había que pagar, además de ocuparse de
los deudores morosos que no aportaban a tiempo los réditos del dinero que habían
pedido a censo y sin el cual la vida en el convento se hacía muy difícil.
IMPORTANTE
Ese día, las Madres fundadoras y
las cinco postulantes que entraron en esos meses, fueron conducidas en carruajes
hasta la Catedral de Buenos Aires donde comenzaron los actos, con la presencia
del Gobernador maestre de campo don José de Andonaegui. De allí salieron a pie
en procesión hacia el monasterio, acompañadas por los miembros de los dos
Cabildos, eclesiástico y secular, y las Ordenes Religiosas de la ciudad,
franciscanos, dominicos, jesuitas y mercedarios. El Obispo Fray José de Peralta
llevaba personalmente el Santísimo Sacramento descubierto. El pueblo de Buenos
Aires estaba de fiesta, las campanas del nuevo monasterio se unían a las de la
Catedral y demás templos, las calles estaban adornadas, y las ventanas vestidas
con estandartes y tapices. La ciudad permaneció iluminada tres noches en señal
de regocijo público. En el monasterio, las fiestas religiosas duraron tres días.
INVASIONES INGLESAS
En la
mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a
conquistar Buenos Aires, el monasterio de Santa Catalina fue ocupado por
tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por
la pequeña puerta del comulgatorio que comunica con el coro bajo y
permanecieron en Santa Catalina hasta el día 7 del mismo mes.
Encerradas
en una celda a oscuras y sin otro alimento que "…el Santísimo Cuerpo de
nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…",
las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento
sufrió un destrozo importante: ropas, camas y muebles fueron robados, rotos,
o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes,
robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.
Tras la
rendición de los ingleses el 7 de julio, Santa Catalina, como la mayoría de
los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital
improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos. Durante la reforma
eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, en
1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes pasaron al
Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a la vida
conventual, pero tanto el monasterio de las Catalinas, como el de las
Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma y
fueron respetados.
El cuartel del Escuadrón de
“Dragones”, estaba situado frente a la Iglesia de Santa Catalina, en el antiguo
barrio de La Merced o de Catedral al Norte, más o menos donde se encuentra el
edificio de las Galerías Pacífico, en la esquina de las calles Viamonte y San
Martín.
Fue
el primer monasterio para mujeres de la ciudad de Buenos Aires, uno de
los más antiguos y prestigiosos de esa ciudad en su etapa
colonial y se
halla muy vinculado a la historia del
país.
Hasta 1872 el desembarco en el
Puerto de Buenos Aires
se efectuaba principalmente en el fondeadero natural de Balizas
Interiores transbordando a carretas. Ese año se construyó un largo
muelle que fue llamado "de las Catalinas" por estar ubicado frente al
monasterio. Penetraba varios cientos de metros en el río y operó
durante dos décadas hasta la reestructuración del puerto por el
ingeniero
Eduardo Madero.
Contaba con líneas férreas y grandes depósitos.
Tras la
caída de
Juan Manuel de Rosas
se radicaron en la zona las principales familias de Buenos Aires que
antes vivían al sur de la Plaza Mayor con lo que el "Barrio de las
Catalinas" adquirió una mayor importancia en la sociedad porteña.
La
Iglesia de Santa Catalina de Siena, en San Martín esquina Viamonte,
fue declarada Monumento Histórico Nacional por Decreto 120.412 del 21
de mayo de 1942, mientras que el
Monasterio recibió similar distinción por Decreto 369 del 18 de
febrero de 1975.
Hacia 1880 el Puerto de Buenos Aires
contaba con tres espigones: uno de aduana para carga y descarga de mercaderías;
el segundo en el Bajo de La Merced destinado al embarque y desembarque de
pasajeros y el tercero, de Las Catalinas, también para pasajeros,
desembarcándolos desde lanchones a carretas tiradas por caballos que operaban
alrededor del viejo Hotel de Inmigrantes.
En
1889 se
levantó frente al monasterio el edificio llamado del "Bon Marché",
posteriormente adquirido por el ferrocarril del Pacífico y hoy
ocupado por el centro comercial
Galerías Pacífico.
En el Museo
de Arte Sacro Amalia de Carol, de Capilla del Señor,
podemos encontrar,
entre una importante colección, una araña de bronce, para velas,
es
decir no
electrificada, que perteneció a esta iglesia y convento.
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