MARCELO T

DE ALVEAR

 Y

REGINA PACINI

 

Arcón de Buenos Aires

 

 

 

             

                       MARCELO T DE ALVEAR Y REGINA PACINI

 

UN CUENTO DE HADAS?

 

El…el soltero más codiciado de la Argentina, mujeriego…millonario… Un auténtico "niño bien" y seductor por naturaleza.
Ella… una cantante lírica…que la sociedad repudió.

Su casamiento, en 1907, provocaría un escándalo en Buenos Aires. Era inimaginable, en 1899, que un Alvear -al menos, para los cánones de Buenos Aires- tomara en serio a una artista. En su regreso a Argentina luego de casados en una fiesta de bodas la sociedad no le dirigió la palabra ignorándola crudamente…
El le dijo a su esposa, indignado: "No te preocupes, que a todas éstas yo les levanté las polleras".

Hablamos del dueño de una de las fortunas mas grandes de Argentina…de alguien que fue muy importante para el crecimiento de nuestro país…el mismísimo Marcelo T de Alvear.

 

   

 

 

 

 

Como se conocieron?

A los veintidós años Marcelo había perdido a su padre; sus hermanos estaban casados y viajaban por el mundo -con epicentro en París. Conoció un dia en Buenos Aires a Regina Pacini, llamada Regina Isabel Luisa Pacini. Ella era una soprano que había estado cantando en el teatro San Martín. Marcelo se enamoró de su maravillosa voz y de su frágil belleza.
A ella el éxito la acompañó en una carrera de casi veinte años que la llevó por los escenarios del mundo. Reconocida y aplaudida por los poderosos del mundo, reyes, zares, príncipes y por los más exigentes críticos musicales Deslumbrado le obsequió un costoso anillo y le hizo llenar el camarín de flores.


Regina no se impresionó. Aun más: estaba acostumbrada a los regalos. Un diario que se publicaba en Buenos Aires en italiano enumeró los obsequios que recibió la cantante: "Prendedor con brillantes y perlas, regalo del presidente de la República, Julio A. Roca. Alhajero cincelado, la empresa Bernabei. Estatuilla de bronce, del señor Giudice Caruso. Bombonera con miniatura, del señor Guglielmo Caruson". La lista incluía, además, un prendedor de oro y brillantes, un abanico, un vaso artístico, un nécessaire de oro, uno de plata y centenares de flores. También el diario señalaba: "Un anillo con gran solitario obsequiado por un admirador que permanece en el incógnito, aunque presumimos que se trata de un gran señor, M.T.D.A.".

 

Las iniciales son, naturalmente, de Marcelo Torcuato de Alvear. Regina aceptó las flores. Pero devolvió el anillo. Marcelo estaba perplejo: había sido rechazado. Un Alvear!. El soltero más codiciado y un riquísimo terrateniente. Sin embargo, volvió al Politeama a escucharla cantar, todas las funciones, y no cesó de llenarle de flores el camarín, único regalo que ella aceptaba. Marcelo comprendió que Regina no era precisamente una cupletista, a quien se la podía impresionar con técnicas seductoras. Era una artista de primera línea y una mujer exquisita.

 

 


Durante su estada en Buenos Aires, Regina y Marcelo se vieron en circunstancias puramente formales: un banquete en alguna legación, algún recital en lo de una prominente familia. Ella se despidió del público porteño y regresó a Madrid. Durante aquella temporada en España, el camarín de Regina, en el Teatro Real de Madrid, estaba lleno de flores que le enviaba Marcelo. En Buenos Aires hubo una temporada lírica en 1901, en el Teatro San Martín, en la calle Esmeralda, y fue particularmente brillante. En primer lugar, porque cantaría Regina Pacini; por último, porque todo Buenos Aires estaba al tanto de su romance con Marcelo de Alvear.

 

 Alli estaba todo Buenos Aires en las plateas, en los palcos, perforándola con prismáticos y lorgnettes. En diciembre de 1901, Regina zarpó de Buenos Aires a bordo del Cap Verde. La próxima vez que pisara esa tierra, lo haría en calidad de señora de Alvear. Luego Regina había sido contratada para cantar, en junio de 1902, en el Covent Garden de Londres. Y nada menos que junto a Enrico Caruso logrando entre ambos la más sublime perfección vocal, como si la ópera, en realidad, hubiera sido compuesta para ellos.

 

 Marcelo la persiguió por el mundo durante ocho años hasta llevarla al altar. Regina abandonará su arte y su fama por ese amor.

En marzo de 1904, Regina cantó por última vez en el Teatro Real de San Carlos de Lisboa, donde había debutado aquella noche memorable, despidiéndose para siempre de aquel escenario de la infancia. Había tornado la decisión de casarse con Marcelo de Alvear.

 

El amor de Marcelo por Regina fue tan grande que a pesar de las opiniones adversas de la sociedad pacata de aquellos tiempos, nada le hizo desistir de casarse con su amada y hacer que se la respetara.

En 1907 Marcelo anunció su boda, que se realizaría en abril de ese mismo año en Lisboa, en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. En Buenos Aires por supuesto estalló el escándalo. Marcelo había recibido un telegrama de Buenos Aires, firmado por quinientas personas, pidiéndole que desistiera de la boda.


Marcelo era hijo del intendente porteño Torcuato de Alvear y nieto del general Carlos Maria de Alvear.
Su fortuna era inmensa. No solamente la que le había legado su padre, sino la que había obtenido de su madre, Elvira Pacheco, hija del general rosista Ángel Pacheco.

 

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Su casamiento, en 1907, provocaría un escándalo en Buenos Aires. Recibidos por reyes y nobles, Maria Unzue de Alvear, cuñada de Marcelo, una de las mujeres mas ricas de la Argentina, jamás quiso recibirla en su casa. Desde el momento en que se anunció el compromiso matrimonial, se transformó -de por vida- en enemiga mortal de Regina, a quien nunca recibiría en su casa. Su palacio en la Avenida Alvear, esquina Libertad, era el epicentro, el non plus ultra de la aristocracia: allí no entraban personas divorciadas, ni aquellas de vida ligeramente cuestionable.  Era el templo de la elegancia, de la tradición, del catolicismo.

 



Boda y regalo de boda.

 

La noche de bodas transcurrió en el Royal Hotel, en Estoril, la ciudad del aire perfumado. La suite nupcial estaba llena de rosas y en el fonógrafo sonaba L’elisir d’amore cantado por Regina. El le hizo un regalo de bodas fabuloso: Coeur Volant, una especie de castillo normando en Versailles, cerca de París.

 

La propiedad estaba rodeada de un deslumbrante jardín que admitía bosques, colinas y hasta una foresta. La pareja lo amobló con refinamiento y lo habitó por largos años. Una escultura de Rodin, La France, o un biscuit en Sevres de Falconet, Psyché et les Amours costaban una fortuna. Para Marcelo nada era inalcanzable. Y así acumularon potiches de porcelana china, tapicerías de Flandes, ídolos mayas íntegramente de oro, muebles, platería, porcelana y baccarat, sin retacear el precio. La mejor habitación, tenia un órgano y contrataron al organista del Sacre-Coeur para aquellos momentos privados, íntimos, era como un teatro en miniatura. Desde entonces, ella cantaría para una sola persona: Su esposo…

 

Coeur Volant, en Versailles solo abrió sus puertas a los argentinos que aceptaron a Regina.



Durante cuatro años no pisaron Buenos Aires. El regreso se produjo recién en 1911. Se alojaron en el Plaza Hotel y Regina, finalmente, iba a enfrentar a la sociedad porteña. Por fin las señoras de la alta sociedad podrían conocer a Regina y, naturalmente, criticarla. Marcelo, al volver a la Argentina, fue prudente. Apenas permaneció diez días en Buenos Aires, los suficientes para tantear la reacción. Los porteños habían sido corteses con su mujer, pero nada más. Nuevamente se embarcaron rumbo a Europa y, si se tiene en cuenta la cantidad de viajes que realizarían en el futuro, el océano Atlántico se convirtió en una suerte de hogar suplementario para ellos. París, en 1917, no era precisamente una fiesta. La mayor parte de Europa estaba en guerra, lo cual había ahuyentado a los argentinos y al turismo internacional.

 

 

 

Retrato de Regina Pacini de Alvear. Óleo sobre tela.
Autor : Juan Antonio Benilliure
 

 

 

El nombramiento de Marcelo


A Marcelo le tocó gobernar durante los años de bonanza que fueron de 1922 a 1928. La Argentina creció a buen ritmo y no hubo grandes conflictos. Fue la última década feliz de una Argentina opulenta. Por su rechazo a su matrimonio Marcelo no tendría ningún trato, hasta su muerte, con sus primos. Ni siquiera asistió al entierro de su tía, Teodelina Fernández de Alvear, que había fallecido en París en 1909. Durante la presidencia jamás vinieron tantos príncipes a la Argentina. En 1925, el príncipe de Gales y el maharajá de Kapurthala visitaron el país y se organizó una inagotable serie de agasajos, del mismo calibre que los que había recibido Marcelo durante su gira europea como presidente electo. También visitó la Argentina el príncipe Humberto de Saboya. A fines de 1928, dos meses después de haberle entregado la presidencia a Hipólito Yrigoyen -ganador de las elecciones- Alvear y Regina partieron a Europa. El 6 de septiembre de 1930, una revolución militar puso fin al gobierno de Hipólito Yrigoyen. El general José Félix Uriburu asumió la presidencia.

 



 

Como fue su convivencia?

 

El amor de Regina por Marcelo fue grande, ya que a pesar de los amoríos de su esposo, ella siempre lo perdonó y estuvo a su lado hasta el final de sus días. Lamentablemente su pasado había sido borrado abruptamente por Marcelo -como si haber sido soprano ligera fuera una vergüenza-, hasta el punto que hizo sacar de circulación aquellos discos que había grabado su mujer a principios de siglo. Pero Marcelo, si bien cortó su carrera artística, seguía amando esa voz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Donde vivieron en Argentina ?

 

Vivieron juntos durante 35 años y no tuvieron hijos. El palacio que habitaron estaba situado en la calle 11 de Septiembre 1240, esquina 3 de Febrero, con una superficie total de 4924,51 varas cuadradas y el costo podía considerarse astronómico para la época: 314.280 pesos que provinieron del loteo de Don Torcuato, ya que a esa altura, los campos de La Pampa y de Chacabuco se habían esfumado. La residencia del barrio de Belgrano, apenas concluyó el mandato presidencial de Marcelo, fue vendida.

 

Marcelo aspiraba a ser presidente por segunda vez.

 

 En julio de 1934, Marcelo y Regina dejaron Coeur Volant y se instalaron nuevamente en Buenos Aires. Sus vidas, en gran parte, habían transcurrido en transatlánticos, balnearios de moda, aguas termales, rodeados de una servidumbre eficiente. En Buenos Aires vivieron un tiempo en un amplio piso francés, en la calle Esmeralda, frente a la Plaza San Martín. Luego se trasladaron al tercer piso del Edificio Estrugamou, en la calle Juncal, último departamento en el cual vivirían.

 

 Si bien el matrimonio había perdido  su residencia parisinat, encontraron en Mar del Plata una intimidad de la que carecían en Buenos Aires. Villa Regina había sido construida por el arquitecto Baldassarini en la década del 20 y era una muestra perfecta del estilo que imperaba en esa época: paredes de piedra, techos de pizarra y hasta dos gatos de cerámica sobre el tejado. Ubicada frente al Mar del Plata Golf Club, dominaba el océano, el puerto y Playa Grande, esa lonja de arena por la cual Marcelo había caminado en soledad envuelto en su salida de baño blanca. Claro que, a mediados de los años 30, ya no existía la playa solitaria. Marcelo y Regina formaron parte de la generación de los bailes en el hotel Bristol, de las fiestas en el Golf, de las playas exclusivas a las que se iba en automóvil conducido por un chófer.

 

A imitación de Europa, también había palacios cerca de Mar del Plata, con centenares de hectáreas de parque: eran las estancias -en reemplazo de los countryy houses ingleses, de los châteaux franceses- a las cuales se iba a tomar el té o a comer. La Armonía, de Josefina Unzué de Cobo, El Boquerón, de Anchorena, o Chapadmalal, de Martínez de Hoz, cumplían esa función social. En septiembre de 1936, Regina y Marcelo hicieron su último viaje a Europa en el Andalucía Star. No fue un viaje de placer: había fallecido Felicia, la madre de Regina en Lisboa. En 1941, Marcelo decidió construir una casa en Don Torcuato. Había que conseguir fondos para construirla, ya que no abundaban. Alvear hipotecó Villa Regina y contrató a un arquitecto entonces de moda, Rodríguez Etcheto, quien diseñó una casa de estilo californiano según las costumbres de la época.

 

Como fue su final ?

 

En marzo de 1942, Marcelo, fulminado por una crisis cardiaca, terminó sus días en Villa Elvira en Don Torcuato. A su lado, tomada de la mano, estaba Regina. Lo había amado desde aquella noche en que le llenó de flores el camarín del Teatro Politeama. Había muerto un ex Presidente, descendiente de próceres. Se lo velaría en la Casa Rosada. Marcelo fue enterrado en la primera bóveda. a la izquierda, apenas se ingresa en el cementerio, debajo de Torcuato de Alvear y de Elvira Pacheco, sus padres. Allí descansa. Regina luego de la muerte de su amado decidió vender gran parte de su mobiliario y, con el producto del remate, construir seis casas pequeñas, para renta, en Don Torcuato. Sin embargo, rematar aquellos objetos que formaban parte de su historia, de su relación con Marcelo, debió haberle sido particularmente doloroso.

 

 La subasta se realizó en diciembre de 1942 y estuvo a cargo de la firma Ungaro & Barbará. Se remato el piano Steinway donde habían tocado Paderewsky y Baccahus. Todo lo que había atesorado desde Coeur Volant estaba a la venta. También chiffoniers, écrans, platería, la estupenda colección de objetos chinos, cristal de baccarat, las esculturas de artistas argentinos, como Curatella Manes, Fioravanti y Alberto Lagos, tapados de visón, zorros blancos y grises, martas cibelinas y una capa de chinchilla real. También, una radio-victrola Clarion, empotrada en un mueble de caoba y hasta los prismáticos Zeiss que Marcelo llevaba al hipódromo.


Ya no necesitaba esos objetos. Guardó, en cambio, aquellos muebles de los cuales no quiso desprenderse, por preferencia o por los recuerdos que le suscitaban. La mesa de comedor inglesa que había pertenecido a Torcuato de Alvear, a la cual se habían sentado el general Mitre, Roca, Alem, Yrigoyen; cuando Marcelo la trasladó a París. Los llevó a Don Torcuato, adonde se recluiría por el resto de sus días. Ahora era una mujer mayor, viuda y sin hijos; se rodearía de aquellas personas que verdaderamente la habían acompañado. Regina, durante aquellos años, desarrolló una pasión por la jardinería. Las rosas rojas y las blancas -las flores preferidas de Marcelo- le absorbían gran parte del tiempo. Regina, viuda, vivió veintitrés años en La Elvira.

 

El día 23 de cada mes, Regina iba a la Recoleta y le llevaba a su marido un gran ramo de rosas blancas y rojas. Se sentaba en una silla blanca (que aún está) en el interior de la bóveda y pasaba largo rato allí. Sus labios se movían, las lágrimas le afloraban a los ojos como si hablara con Marcelo, como si pronunciara palabras de amor. Ella lo sobrevivió largos años muriendo en 1965, a los 95 años. La esclerosis de las arterias y un espasmo cerebral que le hacía creer que Marcelo estaba de viaje la desconectaron del mundo y de su propia memoria.

 

A Regina, después de muerta, se le impuso una última humillación, posiblemente no deliberada. Fue enterrada en el cementerio de la Recoleta, en el panteón de los Alvear, pero, durante dos años, el féretro permaneció en el suelo, en las profundidades de la bóveda. Un día fue colocada en el nicho contiguo a Marcelo.

 

 

 

 

HECHOS CURIOSOS

 

Regina, a pesar de su situación económica, luego que falleció su conyugue vendió un costoso collar que había sobrevivido al remate de Ungaro & Barbará y algunas otras alhajas menores. No lo hizo para vivir mejor ni para pagar cuentas atrasadas. Lo hizo para construir una pequeña iglesia, en Don Torcuato, que se llamaría San Marcelo.

 

Marcelo Torcuato fue un abogado, político argentino, que se desempeño como embajador en Francia. Fue elegido presidente de Argentina estando en Francia como embajador. Durante su gobierno se vivió un periodo de prosperidad y bienestar. Amaba París y no porque esa ciudad, en aquella época, estuviera de moda o impusiera las costumbres. El idioma, la arquitectura, la cocina francesa, la seducción de las mujeres, lo atraparon desde el primer momento, y prueba de ello es que, hasta 1934, vivió varios años en París.

Buenos Aires, durante la presidencia del general Julio A. Roca, era el último baluarte del atraso, en contraposición al "progreso": la Campaña del Desierto había terminado con el problema del indio y el Estado había ganado miles de leguas de tierras fértiles; el telégrafo y el ferrocarril revolucionaron las comunicaciones y, sin embargo, Buenos Aires se mantenía ajena a los cambios, en su condición de insalubre pueblo colonial. Le había llegado la hora, pero se necesitaba un hombre con prestigio, determinación y una voluntad arrolladora para transformarla en una gran metrópoli que nada tuviera que envidiar a las capitales europeas. Además debía vencer el peor de los obstáculos, el más temible de los enemigos: los propios argentinos, quienes se resistían al cambio y al crecimiento. Ese hombre fue Torcuato de Alvear, padre de Marcelo.

 

El busto del presidente Marcelo T. de Alvear es el único en el Salón de los Bustos de la Casa Rosada “a pecho desnudo”.

 

En 1938 Regina fundó la Casa del Teatro de Buenos Aires, un asilo para actores semejante a la Casa Verdi de Milán, con 45 habitaciones, dos pequeños museos y la sede del Teatro Regina nombrado en su homenaje. Además construyó el Templo de San Marcelo y el Colegio anexo. La Casa del Teatro era destinada a la protección de mujeres y hombres de teatro. Para ocupar alguna de las 45 habitaciones, el postulante debe acreditar no menos de 15 años de trayectoria, ser mayor de 65 años y no ganar más que la jubilación mínima. El importante edificio, obra del arquitecto Alejandro Virasoro, se inauguró en enero de 1938, con una fiesta donde los invitados de honor – aparte de Regina y su esposo –, fueron las más altas autoridades de la Nación y de la ciudad, además de grandes nombres del teatro de esa época. Tiene una biblioteca con miles de títulos y colecciones importantes. Dos salas albergan pequeños museos: uno dedicado a Gardel –cartas, fotos y ropa donadas por su apoderado Armando Delfino– y otro reconstruye la alcoba de la fundadora, incluyendo su piano de cola. La sala teatral de esta casa lleva su nombre, “Teatro Regina”.

 

 

Antes de concluir Marcelo con su mandato, se realizó en el Teatro Colón una gran velada para obtener fondos para la Casa del Teatro. Esa noche, los mejores cantantes del mundo se habían dado cita en Buenos Aires y Regina -que no olvidaba a sus verdaderas amigas, como se verá de inmediato- se había convertido en el epicentro de la admiración.


Cuando murió Regina solo sobrevivía con una modesta pensión nacional. Nada le quedaba de su fortuna, repartida en obras de beneficencia.


Llevan su nombre una ciudad (Villa Regina) de Provincia de Río Negro y una calle de Buenos Aires.

 

Del arte de su canto sólo quedan veintiocho grabaciones –de las cuales una aún permanece inédita–, realizadas en Milán en mayo de 1905 y agosto de 1906 para la Società Italiana di Fonotipia-Milano, que fueron reeditadas en 1999.

 

 

 

 

 

Una esquina emblemática de Buenos Aires con la mejor vista de la
Plaza San Martín que revive la romántica historia de amor
entre el ex-presidente Marcelo Torcuato de Alvear y la soprano Regina Pacini.


 Av. Santa Fe 772, Capital. 4312-9410/3349. Lo que fue un café poco glamoroso (el Petit Paris) se convirtió en un calido, luminoso y atractivo lugar, con barra de tragos, almuerzos y comidas nocturnas, desayunos y tés encantadores. El lugar se llama Torcuato & Regina y tiene una referencia directa a una parte de la historia argentina: la presidencia de Alvear (1922-1928) y los avatares amorosos del político radical con la cantante lírica italiana.

 

 

 

 Por ejemplo en el lugar, abundan las rosas, que son las flores que se regalaban entre ellos. Los pisos son de mármol, las paredes están enteladas y de ellas asoman apliques de bronce.
Otro atractivo de Torcuato & Regina es que tiene una de las mejores vistas de la ciudad. Desde sus ventanales se ve la Torre de los Ingleses, el monumento a San Martín, el edificio Kavanagh y el Palacio Paz.

 

 

 

Recomendamos:

 

http://www.ovidiolagos.com/La_pasion_de_un_Aristocrata.pdf

 

 

 

 

       
           


 

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