PALACIO SAN MIGUEL

Arcón de Buenos Aires

 

 

El cruce de las calles Bartolomé Mitre y Suipacha, en Buenos Aires.

ANTES TIENDAS SAN MIGUEL

 Conserva mucho de la fisonomía de la urbe como era a fines del siglo pasado. En la esquina sudoeste, la antigua Tienda San Miguel continúa, por suerte, ostentando su airosa mole y la elegancia de su ornamentación. Estratégicamente ubicado en el centro de la ciudad, a un paso de la City bancaria y financiera, y de las grandes avenidas, a corta distancia de Plaza de mayo, el edificio de la Tienda San Miguel vegetaba, desde su cierre en 1976, en un semiolvido esporádicamente quebrado por la irrupción de un pequeño teatro (llamado precisamente, La Tienda), donde cantó Susana Rinaldi, o la filmación de películas: “El exilio de Gardel”  simulando que se estaba en París (Fernando Solanas, 1985), “Gombrowicz, o la seducción” (Alberto Fischerman, 1985), “Sinfín” de Christian Pauls (1986). La incuria y hasta la amenaza de demolición, lo destinaban a la ruina.

 

Este gran palacio, que comenzó llamándose Tienda San Miguel allá por el año 1857, le debe su nombre a la iglesia San Miguel Arcángel que se encuentra enfrente. Era a estas famosas tiendas a las que toda mujer recurría para conseguir las telas para la confección de distintos artículos y prendas.

Pero la firma propietaria del solar, Ianua S. A. , resolvió, en gesto poco habitual y, por eso mismo, doblemente meritorio, recuperar la construcción para la ciudad, para el disfrute de sus habitantes, preservando el exterior y restituyéndolo a nuevo, y adaptando el interior, con cuidado extremo de no modificar su esencia, a nuevos usos.

Nueva ampliación, en 1899. Pero el primer Elías Romero no estará aquí para contemplarla: lo sucede su hijo Elías Romero Marull, quien conducirá hasta 1946. En este penúltimo año del siglo XIX, la argentina rebosa de euforia progresista. No es para menos: se alcanza, por ejemplo, la cifra récord de exportación de lana, 237 millones de kilogramos.

En 1926, Elías Romero Marull, confía a importantes especialistas, argentinos y extranjeros, la remodelación de un negocio que ya en 1911 había merecido la distinción de figurar, en una prestigiosa publicación británica, entre las tiendas más importantes de Sudamérica. El notable arquitecto José Julián García Núñez, a quien se deben algunos de los mejores edificios estilo “art Noveau” de Buenos Aires –entre ellos, el hoy mutilado Hospital Español-, se encarga de la obra. Con excelente criterio, respeta el edificio original, dotándolo, eso sí, del lujo y las comodidades que la época reclamaba. Mientras se efectúan las obras en la Tienda San Miguel, en ningún momento se deja de atender al público. Vale la pena –puesto que todo se conserva- recorrer los distintos rubros de la refacción de aquel año. Frentes e interiores son obra de Frederick Sage & Co., de Londres. Pilas tras del frente, con basamento de granito negro, fuste de mármol rosado de Syros, capiteles de bronce labrado: los mármoles se trabajan en el taller porteño de Castelpoggi. El equipamiento eléctrico responde a Lix Klett y Cía. Resulta una solución original, aún hoy mirada, el doble acceso por la ochava de Suipacha y Bartolomé Mitre, con su juego de vidrieras. Las mamparas de éstas, lo mismo que estanterías y vitrinas del interior, son de nogal italiano.


FOTO 1926- La historia de la Tienda San Miguel comienza en 1857. La provincia de Buenos Aires continúa separada, desde 1854, del resto de la Confederación Argentina, y ha elegido gobernador a Valentín Alsina. No obstante las tensiones políticas, la ciudad de Buenos Aires sigue prosperando como ninguna otra urbe sudamericana contemporánea. Expresión de esta euforia de progreso y riqueza, nacida de la incesante expansión del  comercio internacional con los llamados “ frutos de la tierra” – cereales, cueros, lana, carne desecada --, la gran capital del Sur se regala un teatro de ópera, el Colón, sobre la Plaza  de mayo, y el primer ferrocarril que surcó  suelo argentino. También se inaugura, el 23 de Julio de 1857, la tienda propiedad de dos jóvenes socios españoles. Elías Romero y Patricio Gutiérrez, en la calle de la Victoria -- hoy Hipólito Yrigoyen – número 756.

A poco andar la tienda, que adquirió prestigio por la calidad de la mercadería y la esmerada atención, se alejó Gutiérrez de la firma y quedó al frente Elías Romero. Había nacido en Viniegra de Abajo, provincia de La Rioja (España), y arribado a la Argentina en 1852, poco después de que la batalla de Caseros, al terminar con el largo período de gobierno de Juan Manuel de Rosas, iniciara la transformación del país hasta convertirlo en uno de los más progresistas y ricos del mundo.

La ciudad de Buenos Aires era todavía, por entonces, la Gran Aldea, pero ya con ínfulas de metrópoli. De 90.000 habitantes en 1855, pasó a 128.000 en 1862 y a 286.000 en 1880. No fue casual que Elías Romero instalara su tienda cerca de la Plaza de Mayo, o de la Victoria: era el barrio de las grandes familias patricias que, si bien residían aún en casas grandes pero modestas y con relativa austeridad, empezaban a apreciar las comodidades que Europa proponía. Así lo expresa el historiador José Luis Romero en “La ciudad patricia, 1852-1880”: Un creciente mercado interno atraía a muchos productos manufactureros extranjeros – percales y muselinas, porcelanas y chocolates – que se exhibían en las tiendas de la calle Victoria o Perú y se consumían en el seno de las familias acomodadas que, poco a poco, pasaron de la sencillez republicana al lujo ostentoso de las nuevas burguesías”.

Llegó el momento en el que el local de Victoria al 700 resultó insuficiente para el volumen de operaciones y Romero adquirió entonces el edificio que varias generaciones conocerían como tradicional. Esto era en 1871, el mismo año en que Buenos Aires es diezmada por la epidemia de fiebre amarilla. En pocos meses, a partir de las fiestas de carnaval, la peste cobra nada menos que 13.614 vidas. Era presidente de los argentinos, desde 1868, Domingo Faustino Sarmiento. Un viajero europeo aporta estos datos: hay una librería por cada cien salones de billar, y entre 150 pulperías, bares o cafés. Las familias pudientes de la ciudad han iniciado, a raíz de la fiebre amarilla, el éxodo hacia la zona norte.

 

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En medio de tantas conmociones, Elías Romero emprende con serenidad la nueva etapa de sus negocios instala a su familia en los altos del flamante local. Son ya muchos los hijos, y muchas las actividades, no limitadas al comercio sino extendidas a las tareas agropecuarias. Desde el mirador de Suipacha y Piedad, Romero acaso atisbe con satisfacción el incesante vaivén de su clientela. Las principales casas de decoración y de modas, de Londres y de París, le envían sus novedades. Pero la San Miguel promueve también la industria nacional, pero no pocos artículos se confeccionan en sus propios talleres. Casi no hay residencia importante, hotel, embajada, o despacho de funcionario en la ciudad, cada día más populosa y espléndida, que no ostente algún aporte de la San Miguel: alfombras, cortinados, tapizados, adornos. También, ropa de mujer, de calidad, y accesorios de buen gusto que, desde las numerosas vidrieras en torno de las dos calles, atraen a las personas más exigentes, tanto que se hace indispensable, al ritmo del crecimiento de Buenos Aires, ampliar la tienda, una y otra vez. En coincidencia, casi siempre –y esto es curioso- con algún acontecimiento de recuperación en la comunidad. Se expande así el negocio, sobre Suipacha, o sobre Piedad, en 1880, primero, y luego en 1890. Años cruciales, ambos.

En la nómina de los proveedores originales, figuran asimismo los siguientes carpintería metálica, estructuras de las claraboyas, barandas de hierro para la galería del primer piso y para las escaleras, A. Motteau Ltda. En yesería, decoración en yeso, esculturas entre ellas, las elegantes ninfas y las hermosas máscaras que adornan el salón principal, casa Viuda de Pablo Bellergade. Revoques imitación piedra, del frente, Pablo Marzocca y Hermano. Marmolería del interior y escaleras, Germán Blanco. Carpintería, Luis Villa. Pintura, Degaudenzi y Silva. Artefactos de luz, Ruiz y Cia. Evoquemos aquí, pues, a quienes con seguridad, a partir de pequeños talleres artesanales, convertidos luego en establecimientos importantes contribuyeron al progreso y a la belleza de nuestra ciudad. Tanto, que más de un espectador desprevenido de “El exilio de Gardel”, pudo creer que el escenario mostrado en el film, con sus valiosos detalles ornamentales, estaba en París y no en Buenos Aires.

 

Las esbeltas pilastras acanaladas del frente, de mármol rosado, llevan incrustaciones de bronce labrado, en el arranque de cada estría, muchas de las cuales desaparecieron, probablemente robadas por el valor del metal. Cada una de ellas ha sido repuesta en su lugar, y en réplica exacta del original. Bartolomé Mitre y Suipacha preserva así la más auténtica esencia de Buenos Aires. El Palacio San Miguel es una obra trascendente y un ejemplo para la comunidad.

 

Rasgo característico del local, los magníficos vitreaux, en la claraboya del salón principal y de uno adjunto, y en el ventanal, abierto en la galería del primer piso, con la imagen del arcángel San Miguel, fueron hechos en Buenos Aires por la firma Antonio Estruch, y prueba su calidad el que hayan resistido, con daños mínimos (ya reparados, por cierto), el largo período de clausura el trajín de las filmaciones. Lo mismo que los pisos de parquet, a los que bastó rasquetear y pulir para que luzcan como nuevos.

La Tienda San Miguel, inaugurada en 1857. El establecimiento de Bartolomé Mitre y Suipacha (actualmente, el local se conserva tal como fue reformado en la década de 1920, con los mármoles en la fachada, los techos vidriados y el vitral de San Miguel al fondo, aunque se destina a eventos sociales), se había impuesto como sinónimo de alfombras, cortinados y tapicería para cualquier familia porteña medianamente acomodada, gracias al esmero de su propietario, Elías Romero, que se aseguraba de que cada uno de sus clientes llevara un retazo de género de 1 metro por 1 metro sólo para hacer pruebas. Y, créase o no, los clientes retornaban al salón de ventas de doble altura con galerías y devolvían la tela después de probarla en su casa.

 

A la edad de 25 años, se traslada a la Argentina, a Buenos Aires y compra el Palacio San Miguel, con la intención de establecerse y fundar su casa, lo cuál hace el día 4 de abril del año 1886, al contraer matrimonio en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires con Dña. Catalina Ceberio Ayerbe, Dama Noble de Ayerbe, Baronesa de Paternoy. (De naturaleza española). Descendiente del Infante Dn. Pedro de Ayerbe, hijo del Rey Jaime I de Aragón.

 

En el año 1888 nace su hijo y heredero Dn. Romeo Costa Ceberio en el Palacio San Miguel.
(curiosamente lleva el apellido materno, será porque las costumbres variaban también según la región).
 
Dn. Angel Costa Loguercio, 18º Príncipe de Bisignano de Argentina

 
Fue calificado para heredar al matrimonio de Dn. Francisco Costa ( sobrino de éste) y por línea paterna heredero de José, Jefe de la CASA COSTA de ARIELLI, y de Dña. María Antonia Sanseverino, Condesa de Chiaramonte, heredera de los títulos paternos, hija primogénita del último príncipe de Bisignano Dn. Luis Sanseverino ( 1833-1888), últimos de su familia.


El cruce de las calles Bartolomé Mitre y Suipacha, en Buenos Aires, conserva mucho de la fisonomía de la urbe como era a fines del siglo pasado.

El Palacio San Miguel continúa, por suerte, ostentando su airosa mole y la elegancia de su ornamentación. Estratégicamente ubicado en el centro de la ciudad, el edificio vegetaba desde su cierre en 1976. La incuria y hasta la amenaza de demolición, lo destinaban a la ruina. Pero la firma propietaria del lugar, Launa S.A, resolvió, en gesto poco habitual y por eso mismo doblemente meritorio, recuperar la construcción para la ciudad, para el disfrute de sus habitantes, preservando el exterior y restituyéndolo a nuevo, y adaptando el interior, con cuidado extremo de no modificar su esencia, a nuevos usos.



SALONES


Cuatro salones principales ofrecen la posibilidad de celebrar eventos en un clima elegante y distinguido. Un prestigio que solamente el estilo clásico y la historia de un palacio pueden transmitir.

RENOIR


Un salón cuya imponencia y señorío transmiten el verdadero clima de un población de fin de siglo. Fue bautizado en homenaje a unos de los pintores mas importantes del romanticismo por sus espacios generosos, sus columnas con candelabros, el vitraux central y en el remate del primer piso el famoso vitraux con la imagen de San Miguel luchando contra el dragón.

PUEYRREDON


En espacio elegante y amplio cuyas columnas con finas molduras y los grandes ventanales con cortinados de voile suizo y cortinas de corderoy español, transmiten el clima palaciego festivo junto a 4 arañas de cristal que otorgan una luz calida y señorial. Aunque mas austero en sus detalles, el salón ofrece una gran versatilidad.

CEZANNE


Este hermoso y elegante salón fue bautizado en homenaje al maestro del color y de la forma del impresionismo francés.
Su entrada principal esta bordeada por dos enormes vitrinas de vidrio curvo biselado, accediendo al íntimo foyer interior.
Candelabros y arañas otorgan un juego de luz que permite pasar de la intimidad y recogimiento a la plena luz del inicio de un festejo.

MONET


Es un salón de gran armonía en su espacio y sus detalles. Desde el foyer de ingreso se impone al invitado la visión de un espacio central definido por columnas y molduras, las que permiten el lucimiento de las arañas de cristal que enmarcan al gran vitraux central. Dúctil, íntimo como la pintura del artista que le da su nombre.

 

 

 

 El sistema de los dos apellidos y su transmisión (primer apellido del padre + primer apellido de la madre) es legalmente obligatorio y ha estado en vigor desde hace más de un siglo. Hasta la primera mitad del siglo XIX, la transmisión y el uso de los apellidos siguió las mismas reglas pero se admitían muchas excepciones, que pueden complicar una investigación genealógica.

Hasta el siglo XIX se podía dar el caso de hermanos y hermanas que tuvieran apellidos diferentes, siendo hijos del mismo padre y de la misma madre.

Esto era así porque en esas familias se extendió la costumbre de que cada hijo o hija escogiera sus apellidos (primero, segundo, y ¡hasta tercero!) de entre los existentes en las generaciones de sus padres y sus abuelos.

Nada impedía que alguien llevara como primer apellido el segundo apellido de su abuela materna, seguido del primer apellido del abuelo paterno, por ejemplo. Las razones para escoger uno u otro apellido podían ser: la persona en cuestión los tomaba como homenaje especial a un antepasado concreto; o bien el portador entendía que los apellidos escogidos eran de mayor prestigio social que los otros existentes; o, en algunos casos, era una obligación impuesta en un testamento para recibir una herencia de un abuelo o una abuela.

De todas formas, lo que no podía hacerse era tomar un apellido que no hubiese sido llevado por algún antepasado directo de las dos o tres anteriores generaciones.

 

 

 

 
           

 

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