El palacio queda terminado en 1936.
Se situaba en una zona palaciega y elegante. En la plazoleta frente al Jockey
Club en la culminación de la muy francesa avenida Alvear. Con 122 mil hectáreas de tierra la familia Pereda era la cuarta mas poderosa en
numero de hectáreas de la republica Argentina. José María Sert y Badía un
muralista y termino los trabajos en el palacio de la ornamentación de los
techos.
Después de la visita del embajador de Brasil Joao Baptista Lusardo,
que en 1938 y fascinado por la propiedad, el gobierno de ese
país
ofreció 4 mil toneladas hierro en barras (en lugar de dinero) y
un edificio de la Av. Callao al 1500 a cambio de la mansión. Aceptada la
transacción, en 1944, los Pereda se trasladaron al edificio de Callao,
llevándose los cuadros de gran valor y dejando aquellos que fueron pintados
sobre los muros y los techos, como los lienzos del maestro catalán José
María Sert que fueron traídos desde España y colocados en el cielorraso de
dos de las salas más importantes.
Embajada de Brasil (1919)
Es importante rescatar que el
gobierno de Brasil ha tratado de mantener y recuperar todo el patrimonio
existente de la propiedad y conservarlo tal como estaba en sus orígenes. Los
estucos de las paredes, simulando mármoles, maderas suntuosas (nogal), oro y
mármoles de colores, las alfombras antiguas, sillones, sillas y mesas
originales -traídos de Francia, tal como era la tendencia de la época- se
conservan en perfecto estado. Los pisos de roble de Eslavonia, las arañas de
cristal de Baccarat, gobelinos de Aubusson, mesas y sillas de estilo
auténticas y una pintura original de Jacob Jordaens de 1650, son sólo
algunos de los objetos valiosos que conserva el edificio. También conserva
pinturas de Julio Vila y Prades, Juan Carlos Castagnino y M.A. Vidal.
Inclusive es fascinante rescatar
el baño de época, que actualmente es de uso público, con bacha y pedestal de
mármol de Carrara y casetonados de madera, así como también otro cuarto de
baño con bacha y pedestal en ónix verde, piezas que por supuesto hoy en día
son inhallables.
El acceso de recepción está en
la planta baja, donde se encontraban las áreas de servicio. Pereda quiso
tener una escalera monumental al estilo Château de Fontainebleau tanto en el
interior como en el exterior. Así accedemos al primer piso (también existe
un ascensor), donde se ubican varios salones de recepción para distintas
actividades. En la tercera y última planta se halla la vivienda del
embajador, a la cual lógicamente no pudimos ingresar.
La terraza posterior cuyas escaleras en herradura nos
conducen, tal como en Fontainbleau, a los maravillosos jardines de la
Embajada en los cuales se realizan eventos diplomáticos. Una mirada a la
fachada posterior nos hizo trasladar en la memoria a la Ciudad Luz: parece
un pequeño rincón parisino en el corazón de la Recoleta con todo el
esplendor de la Belle Epoque porteña. ¡Cómo nos sorprende Buenos
Aires!
El salón de música esta definido por una
tapicería de Aubusson que reproduce
una escena mitológica del tipo Verdure con personajes.
Muy pocos podrían
explicar la génesis de lo que hoy es la embajada de Brasil en la Argentina
con mayor propiedad que Susana Pereda de Bary Tornquist, hija del doctor
Celedonio Pereda y Pereda, que fue el primer propietario del
palacio y, por cierto, su factótum: "Con idea de construir su residencia, mi
padre compró en el año 1917, a la sucesión del general Benjamín Victorica,
un terreno sito en la calle Arroyo (del 1130 al 1142) con un edificio
antiguo, y en el mismo año se completa el fondo con un lote de la señora
Felisa Ortiz Basualdo de Alvear.
Celedonio encarga los planos de su futura
residencia al arquitecto francés Luis Martin, a quien le pide se inspire en
el edificio del museo Jacquemart André de París, y también le sugiere que la
bajada al jardín se parezca a la escalier en fer a cheval del castillo de
Fontainebleau. Por algunas divergencias con el arquitecto Martin, terminó la
casa el arquitecto belga julio Dormal, realizando la decoración la firma
Jansen de París, a cuyo frente estaba el señor Raymond Rerny. Celedonio fue a Europa con la idea
de encontrar un artista que pintara los techos de la residencia, quedó
entusiasmado al contemplar estas obras de arte. Por medio de un primo de mi
madre, José María Girado, que vivía en París, nos pusimos en contacto con Sert, quien nos invitó a visitar su atelier en la calle Barbet de Jouy.
Fuimos varias veces allí, y entre otras obras se encontraban los cartones
para tapicería, encargo del Estado francés, para la fábrica de los
Gobelinos; Sert me regaló uno de ellos, que es una sobrepuesta representando
una riña de gallos.
Para 1870 la
continuación de la calle Cerrito dividía las quintas de Pueyrredón y Arroyo.
Corresponden a la quinta Arroyo los solares donde se encuentran el Hotel Hyatt,
la mansion Alzaga Unzue y el palacio Atucha.
Entre
los terrenos que se vendieron luego de la muerte de Pueyrredón esta el predio
del palacio Pereda, los terrenos habian sido adquiridos por los esposos Elena
Growland y Roberto Hoevel. La pareja vivió alli 8 años y luego la adquirió el
General Victorica.
Después de estas visitas se convino en mandarle las maquettes de los
distintos ambientes, para que con conocimiento de causa pudiera proyectar
los techos. Las telas recién llegaron en 1932, y para colocarlas en los
techos se siguieron exactamente las instrucciones de Sert. El trabajo lo
realizó el señor Carlos Lagazio por un sistema de marouflage; debido a su
tamaño, el techo del living tuvo que ser centrado en el jardín".
Nada menos que diecisiete años -empezó en 1919- llevó la construcción de los
majestuosos cuatro mil metros cuadrados cubiertos del Palacio Pereda, que
culminó en 1936 al finalizarse la capilla. Las colosales telas de Sert -Los
equilibristas, en el gran salón; El aseo de Don Quijote, en el comedor
principal; Tela de araña; en el comedor diario; Nubarrones, en el salón de
música, y Diana cazadora, en el salón dorado- coronaron magníficamente el
conjunto, caracterizado por la lujosa frondosidad de su decoración interior,
que contrasta con la sobriedad de su clásica fachada. Aunque hoy resulta
impensable una residencia familiar de características tan imponentes, cabe
recordar que la Argentina de aquel tiempo, "el granero del mundo", era un
país todopoderoso y pujante, vanguardia cultural de Europa en América; y que
los Pereda, hacia 1930, eran una de las cinco familias de terratenientes más
poderosas de la República. Se trataba, pues, de una arquitectura de
prestigio, de mostrar al mundo la grandeza de nuestro país y de sus hogares
más destacados: la misma intención que alumbró el nacimiento de residencias
familiares igualmente formidables, como el Palacio Ortiz Basualdo (actual
embajada de Francia), el Errázuriz (Museo de Arte Decorativo), el Anchorena
(Palacio San Martín), el de Marcelo de Alvear (embajada de Italia) y el
Harilao de Olmos (sede de la Nunciatura). "Todos ellos -escribió el
arquitecto Osvaldo Salgado- fieles exponentes arquitectónicos de un
eclecticismo que, si bien atado al repertorio historicista, seleccionó
libremente los elementos de dicho repertorio sin sujetarse a la unidad
estilística".
A más de terrazas y jardín de invierno, el Palacio Pereda tiene tres pisos y
medio centenar de ambientes. En el segundo piso, rodeando un gran living
central, están los departamentos privados -actualmente ocupados por los
embajadores del Brasil y sus huéspedes-, y el primer piso es el área de
recepción, con dos salones -el de recepción y el dorado-, dos comedores,
biblioteca, sala de música y capilla. Salgado, en su enfoque
histórico-económico del Palacio Pereda, destacó los "muchos elementos para
el asombro" que hay en el edificio: "La excelente factura de los estucos,
que reproducen con obsesiva perfección mármoles y granitos, evidencia el
excelente nivel de los artesanos ocupados en la obra; la síntesis lograda en
la resolución de algunos de los elementos complementarios, tales como las
barandas de protección en las ventanas de los pisos superiores, o la
marquesina que protege la salida desde la recepción al jardín, o el muy buen
nivel de iluminación y ventilación de los diferentes locales, fruto de las
entonces nuevas teorías sanitarias".
No mucho tiempo vivieron Celedonio Pereda y familia en su palacio. En 1938,
el presidente brasileño Getulio Vargas, de visita en Buenos Aires, fue
huésped de los Pereda, y seis años más tarde el embajador brasileño en la
Argentina, João Baptista Lusardo, compró la residencia en nombre de la
República Federativa del Brasil: en el contrato de venta, firmado el 6 de
julio de 1945, consta el compromiso de pagar a los dueños la cantidad de
cuatro mil toneladas de hierro en barra en el puerto de Río de Janeiro, a
más de transferir a la familia Pereda la antigua sede de la embajada, al
1500 de Callao.
Los sucesivos embajadores que desde entonces residieron en el Palacio Pereda
conservaron celosamente el soberbio edificio y su fabulosa decoración
-tapices, estatuas, pinturas, bronces-, bien que introduciendo, sobre todo,
en los ámbitos íntimos, nuevas obras de arte. En 1977, la capilla adquirió
otra fisonomía: el altar, en madera entallada, presentó una sencilla cruz de
bronce en el lugar que antes ocupaba un tríptico, y sobre la pared derecha
se instaló una imagen de La Aparecida. Y así, habiéndose convertido en
institucional su original destino hogareño -como ocurrió con todas las
grandes mansiones porteñas-, sede diplomática de una nación vecina y
hermana, el Palacio Pereda encontró una nueva y potente razón de ser para
perpetuar su magnificencia.
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