Asimismo, el Barrio de las Catalinas adquirió una importancia social
extraordinaria después de la caída de Rosas, cuando se radicaron en la zona las
principales familias de Buenos Aires que antes vivían al sur de la Plaza Mayor,
en el barrio del Convento de Santo Domingo.
Fundado en el año 1745, Santa
Catalina de Siena fue el primer monasterio para mujeres de la ciudad de Buenos
Aires. El edificio es uno de los mejores exponentes de la arquitectura de la
época colonial que subsisten en Buenos Aires y, tanto la iglesia como el
monasterio, han sido declarados Monumento Histórico Nacional.
A principios del siglo XVIII, el presbítero Doctor Dionisio de Torres Briceño
propuso al Rey Felipe V la edificación de un monasterio para mujeres en la
ciudad de Buenos Aires. Las gestiones ante el rey de España fueron fructíferas y
el permiso le fue otorgado a través de la Real Cédula del 27 de octubre de 1717,
con la expresa restricción de que en ningún caso el número de religiosas pasase
de cuarenta.
El retablo
mayor de la Iglesia ca. 1776, es de madera tallada, dorada y policromada,
con una altura máxima de 12 mts. y un ancho de 8,45 mts. Su autor fue don
Isidro Lorea, tallista español, responsable también de los altares mayores
de la Catedral y de San Ignacio. Su estilo es una síntesis del barroco, el
rococó y el neoclásico. El edificio fue construido íntegramente de ladrillo
y cal. Está compuesto por dos plantas dominadas por dos imponentes
claustros, uno alto y otro bajo, con el correspondiente número de celdas
para albergar cuarenta monjas conventuales. La circulación se desarrolla en
torno a un patio central.
La planta
baja está formada por varias celdas y corredores con techos abovedados. En
la planta alta, además de las celdas, se encuentra una pequeña habitación de
planta cuadrada, cubierta con una cúpula con linterna, que se comunica
visualmente con el presbiterio de la iglesia. Originalmente, el ingreso al
monasterio estaba ubicado sobre la actual calle San Martín. En el año 1875
se clausuró esa puerta y se edificó la portería en la calle Viamonte,
acercándola más a la sacristía para mayor comodidad de la Comunidad y los
capellanes. Las Monjas Catalinas que habitaron el monasterio hasta el año
1974, pertenecen a lo que se denomina la Segunda Orden Dominicana, siendo la
Primera Orden la de los Padres Dominicos o Frailes Predicadores.
La
clausura de las monjas era absoluta. La Misa Conventual y la Comunión diaria
constituían el centro de la vida espiritual del monasterio, regida por la
profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Las religiosas de
Santa Catalina se caracterizaban por su austeridad. Debían llevar el rostro
cubierto con un velo; un vestuario y calzado completamente modestos; y
tenían prohibido usar alhajas, relojes, abanicos, rosarios curiosos, y
cualquier otro elemento que desmereciera la santa pobreza y desapego con lo
material. Asimismo, las celdas debían estar equipadas con lo indispensable.
Como parte
de su vida cotidiana, además de dedicarse a la oración, las monjas
realizaban diversos trabajos como la encuadernación de libros, restauración
de obras de arte, confección de ornamentos religiosos, y sobre todo,
bordados y costura. También se dedicaban a la literatura, a la poesía y a la
música. Aún se conservan composiciones poéticas de Sor Cayetana del
Santísimo Sacramento, y muchas religiosas formaron parte del coro del
convento, cantando en las misas solemnes. Otras monjas se desempeñaron como
organistas.
Fundada en el año 1580, Buenos
Aires no contaba con ningún convento de religiosas, a diferencia de otras
ciudades de la América española como Córdoba, Santiago de Chile, Lima y
Chuquisaca. El lugar elegido por Torres Briceño para emplazar el monasterio
fue en un predio frente al Hospital del Rey, en las esquina de las actuales
calles México y Defensa. Al poco tiempo de iniciada la construcción, las
obras fueron paralizadas a raíz del fallecimiento de su fundador el 24 de
abril de 1729. El Dr. Torres Briceño donó todos sus bienes al monasterio.
La edificación se
paralizó por varios años, quedando en suspenso hasta que se solicitó al
gobernador el cambio de ubicación ya que consideraba que el monasterio se
encontraba en la parte baja de la ciudad, que las paredes existentes eran
débiles para resistir otra carga y que la superficie era escasa. Propone
asimismo un nuevo terreno de una manzana completa, llamada "la Manzana del
Campanero", en el barrio del Retiro. Se encontraba a siete cuadras de la
Plaza Mayor, en la calle de la Catedral y tenía las ventajas de ser un
barrio más seguro, en mayor altura con mejor vista al río y algo desviado
del bullicio y comercio de las calles principales. Alli es donde se edifico
el complejo Catalinas Norte.
Jerarquización en el convento
En ambos
conventos existían monjas de velo negro o monjas coristas y monjas de velo
blanco, también llamadas conversas, de obediencia o serviciales.
En ninguna de las reglas primitivas de estas órdenes se hace mención a dicha
división. Es en las constituciones de las monjas de Santo Domingo (catalinas) y
en la regla de Urbano IV (capuchinas) donde hallamos bien establecidas las
diferencias. En ambas existe la autorización para recibir algunas religiosas,
una cada siete de velo negro, para “ocuparse de los oficios corporales”.
Debían llevar un velo blanco sobre su cabeza, no estaban obligadas al rezo del
Oficio Divino, sino al rezo de determinado número de Padrenuestros y Avemarías
en las distintas horas canónicas, debían levantarse a la misma hora que las
demás (a las doce de la noche para orar cuanto en el locutorio se hable o haga),
torneras (o porteras), depositarias, procuradoras, madres de consejo,
refectolera (encargada del comedor), servidoras de la mesa, lectora en la mesa,
enfermeras, roperas, obreras (controlaban a los obreros), previsora, directora
de labor, hortelana y secretaria. En el de las capuchinas: abadesa, vicaria,
maestra de novicias, conciliarías, tornera 1°, 2° y 3°, correctora de coro,
sacristanes, maestra de jóvenes, imaginara (se ocupaba de reparar las imágenes
del culto), enfermera, cocinera, ropera de sayal, ropera de blanco, refectolera,
despensera, belenera (encargada de cuidar un Nacimiento muy importante que era
objeto de culto en la iglesia), escucha de torno, velera, librera, zuequera
(confeccionaba los zuecos que usaban las monjas) y laborera (dirigía las tareas
en la sala de labores). La diferencia más notable es que las catalinas contaban
con un grupo de monjas que se ocupaban de la contabilidad del convento, que
debió haber sido bastante complicada si tenemos en cuenta que las dotes de las
monjas eran colocadas a censo cuyo rédito había que cobrar y tenían además
algunas fincas alquiladas. En el Convento de las Capuchinas, la contabilidad
debe haber sido más sencilla, pues vivían fundamentalmente de la limosna que un
limosnero especialmente nombrado para ello recogía diariamente. En nuestro
intento por ver la relación existente entre estos conventos y la sociedad, nos
preguntamos cómo se distribuían estos cargos y si existía una correlación entre
los cargos y el sector social al que pertenecían las monjas. Para
cualquier oficio que fuera designada una monja ésta debía dar su aceptación y
ver en ello la voluntad de Dios. Las elecciones se debían realizar cada tres
años por cédulas secretas, que las monjas habilitadas para votar colocaban
dentro de una urna. Eran presididas por el obispo, quien, en compañía de dos
canónigos escrutadores y del capellán de las monjas, se ubicaba en la iglesia
otro lado de una reja que los separaba de las monjas instaladas en el coro.
La vida cotidiana
Las monjas
de clausura aspiran a lograr la perfección cristiana por medio de los tres votos
perpetuos de obediencia, pobreza y castidad. En su vida diaria rezan el Oficio
Divino, la liturgia de las horas, como medio de alabanza a Dios y lograr una
íntima unión con El. Para ello santifican las distintas horas del día
mediante la oración vocal y mental que realizan todas juntas en el coro, y cada
hora de trabajo manual, la que acompañan siempre con lecturas espirituales.
¿Cómo era un día en la vida de las monjas de clausura durante el período
colonial? Hemos reunido los datos relacionados con el tema en los archivos
de ambos conventos en sus reglas y constituciones, en un resumen histórico
escrito en 1920 por una monja capuchina y en documentos del Archivo General de
la Nación. Estos datos no son totalmente coincidentes con respecto a los
horarios de los rezos, y ante la necesidad de unificarlos, para hacer más
llevadero el relato, somos conscientes de que tal vez hemos incurrido en alguna
inexactitud.
El día de las capuchinas comenzaba a media noche. A las 12 de la noche, las
monjas se levantaban y se dirigían al coro, donde rezaban Maitines y Laudes.
Algunas monjas ya no se acostaban y, a modo de sacrificio, permanecían
despiertas entretenidas en alguna lectura espiritual o en una labor de mano.
Las catalinas se levantaban a las 4. Al sonido de 33 campanadas se dirigían al
coro para rezar Maitines y Laudes. En cada una de la horas litúrgicas se leían o
cantaban salmos, himnos de alabanza, algún capítulo del Antiguo Testamento y
otras lecturas correspondientes al Oficio de cada día. Las capuchinas rezaban
sin canto; las catalinas cantaban y acompañaban el canto con órgano o clave. A
partir de las 5 de la mañana, las oraciones y tareas eran similares en ambos
conventos. A esta hora se rezaba Prima y Tercia. Luego el capellán celebraba la
misa, a la que todas las monjas de ambos velos debían asistir. Alrededor de las
6.30 se servía el desayuno, que consistía en una taza de té o mate con un
pancito. A continuación volvían al coro para rezar Sexta y Nona, seguidas de una
hora de oración mental, meditando generalmente sobre la pasión y muerte de
Jesucristo.
Se realizaban los trabajos de
limpieza, lavado y acondicionamiento de la ropa, y se avivaban los fuegos en
el amplio fogón de la cocina, donde comenzaba a prepararse el almuerzo. Las
monjas de velo negro supervisaban estas tareas que realizaban las monjas de
velo blanco, las donadas y las esclavas. Entre las catalinas, la procuradora
y la depositaria se recluían en sus oficinas para ocuparse de los asuntos
económicos del monasterio, los jornales de los albañiles y las cuentas de la
leña, el trigo, la grasa, y tantas otras cosas que había que pagar, además
de ocuparse de los deudores morosos que no aportaban a tiempo los réditos
del dinero que habían pedido a censo y sin el cual la vida en el convento se
hacía muy difícil. Las capuchinas no tenían rentas, ni deudores remisos.
Vivían de la limosna.
El convento sufrió un destrozo
importante:
En la
mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a
conquistar Buenos Aires, el monasterio fue ocupado por tropas pertenecientes
al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por la pequeña puerta del
comulgatorio que comunica con el coro bajo y permanecieron en Santa Catalina
hasta el día 7 del mismo mes.
Encerradas
en una celda a oscuras y sin otro alimento que "…el Santísimo Cuerpo de
nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…",
las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento
sufrió un destrozo importante: ropas, camas y muebles fueron robados, rotos,
o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes,
robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.
Tras la
rendición de los ingleses el 7 de julio, Santa Catalina, como la mayoría de
los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital
improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos.
Durante la
reforma eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino
Rivadavia, en 1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes
pasaron al Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a
la vida conventual, pero tanto el monasterio de las Catalinas, como el de
las Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma
y fueron respetados.
IMPORTANTE
Para el ingreso a los
conventos de Buenos Aires se exigía: vocación, morigerada vida y costumbres,
quince años de edad entre las catalinas, fuerzas físicas para poder observar
las reglas, no haber pertenecido a otra orden, no ser casada, legitimidad de
nacimiento, limpieza de sangre y el pago de una dote. El discurso es claro,
se buscaba la vida eterna, la gloria, y la única manera de llegar a ella era
la vida religiosa en el convento. El convento era visualizado como un puerto
seguro en medio de la tormenta que representaba el mundo.
El segundo aspecto en relación con
la vocación lo encontramos en unas cartas que unas mujeres de probada pobreza
escribieron al Virrey, pidiéndole autorización para pedir limosna públicamente y
así formar su dote par ingresar al convento. En ellas se menciona la vocación
como un llamado de Dios.
En el Archivo del Monasterio de
Santa Catalina encontramos una carta del Provisor a la Priora donde le pedía
expresamente no se admitieran hijas ilegítimas para religiosas de velo negro por
traer muchos inconvenientes la dispensación de la legitimidad.No aclara cuáles
son esos inconvenientes, si son de índole social, como sería abrir las puertas
de un lugar de prestigio a alguien rechazado por la sociedad o si la condición
de ilegítima traería aparejada alguna consecuencia en el comportamiento de la
aspirante al hábito.
Las catalinas exigían: Que no sea esclava, ni descendiente de mahometanos,
herejes o judíos, como tampoco de mulatos o mestizos, bajo pena de nulidad del
Hábito, como de la Profesión.
Una de cada siete de velo
negro- para ocuparse de los oficios corporales. Debían llevar un velo blanco
sobre la cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de
determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas
canónicas; debían levantarse a la misma hora que las demás; asistir a misa
diariamente y podían ser eximidas del ayuno en algunas épocas del año en
atención al trabajo corporal que realizaban.
Las monjas de velo negro o
coristas tenían como principal ocupación el rezo del Oficio divino en el coro.
Eran monjas contemplativas cuya tarea principal consistía en lograr la unión con
Dios por medio de la oración mental y vocal. Las oraciones se realizaban en
latín, tarea para la que eran formadas por la maestra de novicias durante el año
de noviciado. También tenían momentos dedicados a su formación espiritual y
otros en los que realizaban labores de mano.
Durante todo el período
colonial ingresaron 12 monjas de velo blanco (sobre un total de 97) al convento
de las catalinas. Entre las catalinas las tres primeras Prioras fueron monjas
venidas del Monasterio de las catalinas de la ciudad de Córdoba (cabe recordar
que la fundadora, Sor Ana María de la Concepción Arregui de Armaza y su hija
Gertrudis, eran de Buenos Aires), pero ya en 1754 se eligió a Sor Josefa
Gutiérrez de Paz, que había profesado en Buenos Aires.
Había
esclavos de clausura y esclavos de calle. En el año 1754 el Provisor Don
Francisco de los Ríos comunicó a la Priora de las catalinas que cualquier
esclava que les tocaren o cupieren por vía de herencia o cualquier otro título
legítimo, entrando a su clausura ha de ser para el servicio de la
Comunidad a excepción de si lo necesitaran.
La ranchería existía. Han
quedado registrados algunos gastos en relación con ella. Estaba en la manzana
frente al monasterio. Allí vivían con sus familias algunas negras que servían en
el convento. La manzana de la Ranchería era la comprendida entre las actuales
calles San Martín, Viamonte, Florida y Córdoba, manzana que dejó de pertenecer
al monasterio en 1887.En
cuanto al número de esclavos que vivían dentro de la clausura, el único dato al
respecto lo encontramos en el censo de 1778: siete esclavas entre las catalinas.
Las catalinas, además de los
esclavos tenían donadas que atendían sus necesidades materiales. Eran sirvientas
a las que se les permitía vestir el hábito de las monjas. tenían a su cargo
supervisar a los esclavos y otros sirvientes. Estas donadas podían optar por
permanecer en el convento toda su vida. Algunas profesaban como terciarias de la
orden, lo que llevaba implícito el cumplimiento de determinadas prácticas
religiosas. Generalmente se trataba de mujeres de sectores sociales muy bajos o
de raza mezclada, o de esclavas liberadas por sus amas, que, deseando vivir en
religión encontraban un espacio en el convento, dedicándose a las tareas
domésticas. en el testamento o renuncia de Sor Teresa de San Marcos Senicos, la
futura religiosa expresaba, al referirse a una negrita que llevaba al
monasterio: y si después de mi fallecimiento quisiera ser donada de este
Monasterio, ahora y para siempre le concedo libertad.
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