CONVENTO SANTA CATALINA

DE SIENA

 

Arcón de Buenos Aires

 

 

 

 

SAN MARTIN 705

 

El Monasterio Santa Catalina de Siena creció en el Barrio del Retiro y el barrio con él. El barrio le debe su nombre a la Compañía de Inglaterra "Mar del Sur", asiento del Mercado de Esclavos, quien lo denominó así porque la Real Cédula que autorizaba su establecimiento estaba dictada en Madrid en el Palacio del Buen Retiro.
A partir del establecimiento del monasterio, también comenzó a ser conocido como el "Barrio de las Catalinas".
Hasta principios del siglo XIX, se conformaba principalmente por casas-quintas de prestigiosas familias de Buenos Aires. En 1874, el barrio recibió un fuerte impulso comercial con la instalación de la gran empresa "Muelle de las Catalinas" en los terrenos ubicados entre Paraguay y Viamonte, donde se construyó un muelle con líneas férreas y grandes depósitos. Luego, en 1889 se levantó frente al monasterio el famoso edificio del "Bon Marché", que posteriormente fue adquirido por el ferrocarril del Pacífico y hoy está ocupado por el centro comercial Galerías Pacífico.


Asimismo, el Barrio de las Catalinas adquirió una importancia social extraordinaria después de la caída de Rosas, cuando se radicaron en la zona las principales familias de Buenos Aires que antes vivían al sur de la Plaza Mayor, en el barrio del Convento de Santo Domingo.

Fundado en el año 1745, Santa Catalina de Siena fue el primer monasterio para mujeres de la ciudad de Buenos Aires. El edificio es uno de los mejores exponentes de la arquitectura de la época colonial que subsisten en Buenos Aires y, tanto la iglesia como el monasterio, han sido declarados Monumento Histórico Nacional.
A principios del siglo XVIII, el presbítero Doctor Dionisio de Torres Briceño propuso al Rey Felipe V la edificación de un monasterio para mujeres en la ciudad de Buenos Aires. Las gestiones ante el rey de España fueron fructíferas y el permiso le fue otorgado a través de la Real Cédula del 27 de octubre de 1717, con la expresa restricción de que en ningún caso el número de religiosas pasase de cuarenta.
 

El retablo mayor de la Iglesia ca. 1776, es de madera tallada, dorada y policromada, con una altura máxima de 12 mts. y un ancho de 8,45 mts. Su autor fue don Isidro Lorea, tallista español, responsable también de los altares mayores de la Catedral y de San Ignacio. Su estilo es una síntesis del barroco, el rococó y el neoclásico. El edificio fue construido íntegramente de ladrillo y cal. Está compuesto por dos plantas dominadas por dos imponentes claustros, uno alto y otro bajo, con el correspondiente número de celdas para albergar cuarenta monjas conventuales. La circulación se desarrolla en torno a un patio central.

La planta baja está formada por varias celdas y corredores con techos abovedados. En la planta alta, además de las celdas, se encuentra una pequeña habitación de planta cuadrada, cubierta con una cúpula con linterna, que se comunica visualmente con el presbiterio de la iglesia. Originalmente, el ingreso al monasterio estaba ubicado sobre la actual calle San Martín. En el año 1875 se clausuró esa puerta y se edificó la portería en la calle Viamonte, acercándola más a la sacristía para mayor comodidad de la Comunidad y los capellanes. Las Monjas Catalinas que habitaron el monasterio hasta el año 1974, pertenecen a lo que se denomina la Segunda Orden Dominicana, siendo la Primera Orden la de los Padres Dominicos o Frailes Predicadores.

La clausura de las monjas era absoluta. La Misa Conventual y la Comunión diaria constituían el centro de la vida espiritual del monasterio, regida por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Las religiosas de Santa Catalina se caracterizaban por su austeridad. Debían llevar el rostro cubierto con un velo; un vestuario y calzado completamente modestos; y tenían prohibido usar alhajas, relojes, abanicos, rosarios curiosos, y cualquier otro elemento que desmereciera la santa pobreza y desapego con lo material. Asimismo, las celdas debían estar equipadas con lo indispensable.

Como parte de su vida cotidiana, además de dedicarse a la oración, las monjas realizaban diversos trabajos como la encuadernación de libros, restauración de obras de arte, confección de ornamentos religiosos, y sobre todo, bordados y costura. También se dedicaban a la literatura, a la poesía y a la música. Aún se conservan composiciones poéticas de Sor Cayetana del Santísimo Sacramento, y muchas religiosas formaron parte del coro del convento, cantando en las misas solemnes. Otras monjas se desempeñaron como organistas.

 

Fundada en el año 1580, Buenos Aires no contaba con ningún convento de religiosas, a diferencia de otras ciudades de la América española como Córdoba, Santiago de Chile, Lima y Chuquisaca. El lugar elegido por Torres Briceño para emplazar el monasterio fue en un predio frente al Hospital del Rey, en las esquina de las actuales calles México y Defensa. Al poco tiempo de iniciada la construcción, las obras fueron paralizadas a raíz del fallecimiento de su fundador el 24 de abril de 1729. El Dr. Torres Briceño donó todos sus bienes al monasterio. La edificación se paralizó por varios años, quedando en suspenso hasta que se solicitó al gobernador el cambio de ubicación ya que consideraba que el monasterio se encontraba en la parte baja de la ciudad, que las paredes existentes eran débiles para resistir otra carga y que la superficie era escasa. Propone asimismo un nuevo terreno de una manzana completa, llamada "la Manzana del Campanero", en el barrio del Retiro. Se encontraba a siete cuadras de la Plaza Mayor, en la calle de la Catedral y tenía las ventajas de ser un barrio más seguro, en mayor altura con mejor vista al río y algo desviado del bullicio y comercio de las calles principales. Alli es donde se edifico el complejo Catalinas Norte.

 

 

Jerarquización en el convento  

 

En ambos conventos existían monjas de velo negro o monjas coristas y monjas de velo blanco, también llamadas conversas, de obediencia o serviciales. En ninguna de las reglas primitivas de estas órdenes se hace mención a dicha división. Es en las constituciones de las monjas de Santo Domingo (catalinas) y en la regla de Urbano IV (capuchinas) donde hallamos bien establecidas las diferencias. En ambas existe la autorización para recibir algunas religiosas, una cada siete de velo negro, para “ocuparse de los oficios corporales”.  Debían llevar un velo blanco sobre su cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas canónicas, debían levantarse a la misma hora que las demás (a las doce de la noche para orar cuanto en el locutorio se hable o haga), torneras (o porteras), depositarias, procuradoras, madres de consejo, refectolera (encargada del comedor), servidoras de la mesa, lectora en la mesa, enfermeras, roperas, obreras (controlaban a los obreros), previsora, directora de labor, hortelana y secretaria. En el de las capuchinas: abadesa, vicaria, maestra de novicias, conciliarías, tornera 1°, 2° y 3°, correctora de coro, sacristanes, maestra de jóvenes, imaginara (se ocupaba de reparar las imágenes del culto), enfermera, cocinera, ropera de sayal, ropera de blanco, refectolera, despensera, belenera (encargada de cuidar un Nacimiento muy importante que era objeto de culto en la iglesia), escucha de torno, velera, librera, zuequera (confeccionaba los zuecos que usaban las monjas) y laborera (dirigía las tareas en la sala de labores). La diferencia más notable es que las catalinas contaban con un grupo de monjas que se ocupaban de la contabilidad del convento, que debió haber sido bastante complicada si tenemos en cuenta que las dotes de las monjas eran colocadas a censo cuyo rédito había que cobrar y tenían además algunas fincas alquiladas. En el Convento de las Capuchinas, la contabilidad debe haber sido más sencilla, pues vivían fundamentalmente de la limosna que un limosnero especialmente nombrado para ello recogía diariamente. En nuestro intento por ver la relación existente entre estos conventos y la sociedad, nos preguntamos cómo se distribuían estos cargos y si existía una correlación entre los cargos y el sector social al que pertenecían las monjas.  Para cualquier oficio que fuera designada una monja ésta debía dar su aceptación y ver en ello la voluntad de Dios. Las elecciones se debían realizar cada tres años por cédulas secretas, que las monjas habilitadas para votar colocaban dentro de una urna. Eran presididas por el obispo, quien, en compañía de dos canónigos escrutadores y del capellán de las monjas, se ubicaba en la iglesia otro lado de una reja que los separaba de las monjas instaladas en el coro.  

 

 

 

La  vida cotidiana

 

Las monjas de clausura aspiran a lograr la perfección cristiana por medio de los tres votos perpetuos de obediencia, pobreza y castidad. En su vida diaria rezan el Oficio Divino, la liturgia de las horas, como medio de alabanza a Dios y lograr una íntima unión con El.  Para ello santifican las distintas horas del día mediante la oración vocal y mental que realizan todas juntas en el coro, y cada hora de trabajo manual, la que acompañan siempre con lecturas espirituales.   ¿Cómo era un día en la vida de las monjas de clausura durante el período colonial?  Hemos reunido los datos relacionados con el tema en los archivos de ambos conventos en sus reglas y constituciones, en un resumen histórico escrito en 1920 por una monja capuchina y en documentos del Archivo General de la Nación. Estos datos no son totalmente coincidentes con respecto a los horarios de los rezos, y ante la necesidad de unificarlos, para hacer más llevadero el relato, somos conscientes de que tal vez hemos incurrido en alguna inexactitud.

  El día de las capuchinas comenzaba a media noche. A las 12 de la noche, las monjas se levantaban y se dirigían al coro, donde rezaban Maitines y Laudes. Algunas monjas ya no se acostaban y, a modo de sacrificio, permanecían despiertas entretenidas en alguna lectura espiritual o en una labor de mano.   Las catalinas se levantaban a las 4. Al sonido de 33 campanadas se dirigían al coro para rezar Maitines y Laudes. En cada una de la horas litúrgicas se leían o cantaban salmos, himnos de alabanza, algún capítulo del Antiguo Testamento y otras lecturas correspondientes al Oficio de cada día. Las capuchinas rezaban sin canto; las catalinas cantaban y acompañaban el canto con órgano o clave. A partir de las 5 de la mañana, las oraciones y tareas eran similares en ambos conventos. A esta hora se rezaba Prima y Tercia. Luego el capellán celebraba la misa, a la que todas las monjas de ambos velos debían asistir. Alrededor de las 6.30 se servía el desayuno, que consistía en una taza de té o mate con un pancito. A continuación volvían al coro para rezar Sexta y Nona, seguidas de una hora de oración mental, meditando generalmente sobre la pasión y muerte de Jesucristo.

Se realizaban los trabajos de limpieza, lavado y acondicionamiento de la ropa, y se avivaban los fuegos en el amplio fogón de la cocina, donde comenzaba a prepararse el almuerzo. Las monjas de velo negro supervisaban estas tareas que realizaban las monjas de velo blanco, las donadas y las esclavas. Entre las catalinas, la procuradora y la depositaria se recluían en sus oficinas para ocuparse de los asuntos económicos del monasterio, los jornales de los albañiles y las cuentas de la leña, el trigo, la grasa, y tantas otras cosas que había que pagar, además de ocuparse de los deudores morosos que no aportaban a tiempo los réditos del dinero que habían pedido a censo y sin el cual la vida en el convento se hacía muy difícil. Las capuchinas no tenían rentas, ni deudores remisos. Vivían de la limosna.  

 

El convento sufrió un destrozo importante:

En la mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a conquistar Buenos Aires, el monasterio fue ocupado por tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por la pequeña puerta del comulgatorio que comunica con el coro bajo y permanecieron en Santa Catalina hasta el día 7 del mismo mes.

Encerradas en una celda a oscuras y sin otro alimento que "…el Santísimo Cuerpo de nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…", las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento sufrió un destrozo importante: ropas, camas y muebles fueron robados, rotos, o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes, robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.

Tras la rendición de los ingleses el 7 de julio, Santa Catalina, como la mayoría de los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos.

Durante la reforma eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, en 1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes pasaron al Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a la vida conventual, pero tanto el monasterio de las Catalinas, como el de las Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma y fueron respetados.

 

 

IMPORTANTE

Para el ingreso a los conventos de Buenos Aires se exigía: vocación, morigerada vida y costumbres, quince años de edad entre las catalinas, fuerzas físicas para poder observar las reglas, no haber pertenecido a otra orden, no ser casada, legitimidad de nacimiento, limpieza de sangre y el pago de una dote. El discurso es claro, se buscaba la vida eterna, la gloria, y la única manera de llegar a ella era la vida religiosa en el convento. El convento era visualizado como un puerto seguro en medio de la tormenta que representaba el mundo.

El segundo aspecto en relación con la vocación lo encontramos en unas cartas que unas mujeres de probada pobreza escribieron al Virrey, pidiéndole autorización para pedir limosna públicamente y así formar su dote par ingresar al convento. En ellas se menciona la vocación como un llamado de Dios.

En el Archivo del Monasterio de Santa Catalina encontramos una carta del Provisor a la Priora donde le pedía expresamente no se admitieran hijas ilegítimas para religiosas de velo negro por traer muchos inconvenientes la dispensación de la legitimidad.No aclara cuáles son esos inconvenientes, si son de índole social, como sería abrir las puertas de un lugar de prestigio a alguien rechazado por la sociedad o si la condición de ilegítima traería aparejada alguna consecuencia en el comportamiento de la aspirante al hábito.

Las catalinas exigían: Que no sea esclava, ni descendiente de mahometanos, herejes o judíos, como tampoco de mulatos o mestizos, bajo pena de nulidad del Hábito, como de la Profesión.

Una de cada siete de velo negro- para ocuparse de los oficios corporales. Debían llevar un velo blanco sobre la cabeza, no estaban obligadas al rezo del Oficio Divino, sino al rezo de determinado número de Padrenuestros y Avemarías en las distintas horas canónicas; debían levantarse a la misma hora que las demás; asistir a misa diariamente y podían ser eximidas del ayuno en algunas épocas del año en atención al trabajo corporal que realizaban.

Las monjas de velo negro o coristas tenían como principal ocupación el rezo del Oficio divino en el coro. Eran monjas contemplativas cuya tarea principal consistía en lograr la unión con Dios por medio de la oración mental y vocal. Las oraciones se realizaban en latín, tarea para la que eran formadas por la maestra de novicias durante el año de noviciado. También tenían momentos dedicados a su formación espiritual y otros en los que realizaban labores de mano.

Durante todo el período colonial ingresaron 12 monjas de velo blanco (sobre un total de 97) al convento de las catalinas. Entre las catalinas las tres primeras Prioras fueron monjas venidas del Monasterio de las catalinas de la ciudad de Córdoba (cabe recordar que la fundadora, Sor Ana María de la Concepción Arregui de Armaza y su hija Gertrudis, eran de Buenos Aires), pero ya en 1754 se eligió a Sor Josefa Gutiérrez de Paz, que había profesado en Buenos Aires.

Había esclavos de clausura y esclavos de calle. En el año 1754 el Provisor Don Francisco de los Ríos comunicó a la Priora de las catalinas que cualquier esclava que les tocaren o cupieren por vía de herencia o cualquier otro título legítimo, entrando a su clausura  ha de ser para el servicio de la Comunidad a excepción de si lo necesitaran.

La ranchería existía. Han quedado registrados algunos gastos en relación con ella. Estaba en la manzana frente al monasterio. Allí vivían con sus familias algunas negras que servían en el convento. La manzana de la Ranchería era la comprendida entre las actuales calles San Martín, Viamonte, Florida y Córdoba, manzana que dejó de pertenecer al monasterio en 1887.En cuanto al número de esclavos que vivían dentro de la clausura, el único dato al respecto lo encontramos en el censo de 1778: siete esclavas entre las catalinas.

Las catalinas, además de los esclavos tenían donadas que atendían sus necesidades materiales. Eran sirvientas a las que se les permitía vestir el hábito de las monjas. tenían a su cargo supervisar a los esclavos y otros sirvientes. Estas donadas podían optar por permanecer en el convento toda su vida. Algunas profesaban como terciarias de la orden, lo que llevaba implícito el cumplimiento de determinadas prácticas religiosas. Generalmente se trataba de mujeres de sectores sociales muy bajos o de raza mezclada, o de esclavas liberadas por sus amas, que, deseando vivir en religión encontraban un espacio en el convento, dedicándose a las tareas domésticas. en el testamento o renuncia de Sor Teresa de San Marcos Senicos, la futura religiosa expresaba, al referirse a una negrita que llevaba al monasterio: y si después de mi fallecimiento quisiera ser donada de este Monasterio, ahora y para siempre le concedo libertad.

 

 

           

 

 

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